martes, 4 de abril de 2017

Romanticismo. De Manuel Longares.

 
 

 

Manuel Longares

Romanticismo



Romanticismo es una excelente novela que aborda con actitud lírica y mirada irónica el momento histórico de aquella burguesía improductiva, poseída por el miedo a los cambios







Madrid es un territorio literario cuya imagen se ha multiplicado en la mirada de grandes escritores. Sin remontarnos hasta Galdós, sólo en el último medio siglo este espacio plural ha dado materia para novelas importantes en nuestra historia literaria. Dos, al menos, son emblemáticas: La colmena (1951), con su lírica expresión de la incertidumbre existencial de los vencidos en aquel tierno acuario de desdichas en unos días de 1943; y Tiempo de silencio (1962), por su rabiosa interpretación intelectual y su barroca plasmación estilística del atraso y la injusticia en la sociedad de posguerra en 1949. Después Madrid y el franquismo han concitado la atención de escritores tan relevantes como García Hortelano, Umbral o Isaac Montero, que han explorado este territorio y aquel período en sus mejores, si bien con actitudes ideológicas y estéticas diferentes. También en la transición Madrid ha seguido dando un escenario fértil para novelar el cambio político y sus transformaciones en la sociedad española. Son muchas las novelas que han acometido este proceso, algunas con alcance genera-
cional ideado por autores del 68. Dos muy recientes abordan, en su dimensión colectiva, aquel intenso periodo de la transición en distintos ámbitos de la sociedad madrileña: La caída de Madrid (2000), de Rafael Chirbes, atenta a diferentes sectores sociales en el día postrero de vida de Franco; y Romanticismo, de Manuel Longares (Madrid, 1943), centrada en la burguesía del barrio de Salamanca.

Romanticismo es una excelente novela que aborda con actitud lírica y mirada irónica el momento histórico de aquella burguesía improductiva, poseída por el miedo a los cambios que se avecinan con la muerte del dictador y dispuesta a abrir sus ojos a sectores de la clase media para acomodarse a los nuevos usos sociales, sin ceder ni un palmo en la defensa de sus intereses económicos. Al mismo tiempo los personajes de la clase media que por su trabajo entran en el reducto privilegiado del barrio de Salamanca comprenden que, a pesar de los cambios en las costumbres y en la moral de la burguesía adinerada, aquel territorio sigue siendo inexpugnable para los nacidos fuera de aquellas familias. Sólo fue un tiempo de “romanticismo” en que unos y otros columbraron la posibilidad de un mundo mejor, algunos en el otoño de sus vidas con sus insatisfacciones y ansias adormecidas, otros más abiertos al orden nuevo con las ilusiones que da la juventud, aunque cada cual acabe clavado en el lugar donde estaba. Pues por más que la joven heredera educada entre vecinos de una casa con pasado ducal se acomode en un programa nocturno de radio y ascienda en él a la esposa del administrador de su familia, siempre será “Un programa de Virucha Arce” (pág. 472), que tiene como jefes a un tío y a un primo. Porque, como explica el hijo de un juez depurado, por mucho que hayan cambiado las apariencias, “para ellos somos lo que sabes y valemos lo que les aporta nuestro trabajo. En este mundo todo es como ellos quieren” (pág. 491). En ello Romanticismo descubre la inagotable capacidad de la burguesía para acomodarse a cada situación en defensa de sus privilegios. Y la narración, ambiciosa en su realismo abarcador de un tejido social con más de cien personajes, escrita con brillantez en su prosa envolvente, de impecable factura clásica, imaginativa y de altas calidades poéticas, se redondea como un acabado producto con los mejores logros de las novelas de amplio vuelo y firme pulso narrativo.

La historia novelada gira en torno a una familia del barrio de Salamanca a lo largo de tres generaciones, con especial hincapié en las tres mujeres más representativas de la casa en cada momento. Su estructura narrativa está organizada en tres partes que se corresponden con tres momentos de la historia y que, en buena medida, siguiendo una cronología lineal con muchas retrospecciones temporales, reproducen el clásico esquema de planteamiento, nudo y desenlace. La primera parte, “Sepulcro de la memoria”, se centra en los veinte días anteriores a la muerte de Franco en noviembre de 1975. La incertidumbre de aquella burguesía, lastrada por el peso inútil de su pasado y preocupada por su patrimonio, se manifiesta en estas páginas con ironía y humor aprendidos en Cervantes, hasta dar cabida a dosis bien controladas de parodia, caricatura y deformación esperpéntica, por ejemplo en el soberbio padre Altuna o en la grotesca sexualidad de Javo Chicheri y otros componentes de su comando fascista. En la segunda parte, “Desajustes”, se novelan más de dos años de rápidos cambios producidos entre 1975 y 1978. Si antes todo se circunscribía al barrio de Salamanca (“el cogollito” en el habla de Serrano), con sus tiendas, cafés y restaurantes, y unas vacaciones de tres meses entre el chalet de San Rafael (“Sanra”) y la playa de la Concha (Donosti), sin más contactos que los clandestinos con los rojos (“rogelios”), ahora en la transición los miembros de estas familias empiezan a moverse desconcertados por el aluvión de la democracia. Pero aprenden rápido y se adaptan incluso a las libertades sexuales de la nueva etapa, sin compartir de verdad ni su grandeza ni sus finanzas. La tercera parte, “Restauración”, más fragmentaria y elíptica, apura su resumen del paso de esta clase social por la travesía de los gobiernos socialistas hasta la victoria del PP en 1996. Muchas cosas cambiaron en el barrio, que sigue siendo inexpugnable porque el dinero está en las mismas manos. Y con el dibujo de sus transformaciones internas Longares ha dado cima a una espléndida novela de la vida cotidiana de la burguesía madrileña en la transición. 
 



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