domingo, 31 de mayo de 2015

La Astrología en la Antigüedad. Por Emmanuel d´Hooghvorst


   

 

La astrología en la Antigüedad


Conferencia de Emmanuel d’Hooghvorst pronunciada en Bruselas en 1975 y publicada en la revista “Astrología y tradición” de la colección “La Puerta”. 



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 Un brujo de pueblo que cura el cáncer por medio de hierbas… Una madre que salva a su hijo, mordido por una serpiente venenosa, auxiliándose únicamente de la magia… Una abuela que recupera la capacidad de lactancia y nutre un bebé gracias a la virtud de un caldo de hierbas recogidas en el bosque… Pueblos “primitivos”, como los de África occidental o ecuatorial, poseen por herencia unos conocimientos que aparentemente nada les predispone a haber adquirido; si se les pregunta de dónde les vienen, contestan: ¡de los ancestros!
Un saber o una ciencia tradicional se distingue de la académica en que la primera es una ciencia transmitida. Es, de alguna manera, un capital que hemos recibido de los antiguos, que debemos acrecentar y transmitir a nuestros descendientes tan intacto como sea posible.
La astrología se encuentra entre las ciencias tradicionales, que no deben nada a la invención humana; nos costaría mucho encontrar a su inventor. Todos los pueblos que han practicado este arte de la adivinación siempre se han remitido a sus predecesores; así, griegos y romanos decían que dicho arte les venía de los egipcios y caldeos.
Según René Guénon, la tradición está hecha de aquello que ha quedado tal como era en su origen: se trata de lo que ha sido “transmitido” de un estado de la humanidad anterior a otro presente. Como veremos, esta tradición no es susceptible de progreso porque no es únicamente humana. En lo que concierne a la astrología, una obra que tiene cerca de dos mil años, como el Tetrabiblos, del matemático y astrónomo Ptolomeo, no tiene nada que envidiar a los tratados escritos por los mejores astrólogos contemporáneos.
Sin duda es un error creer que la historia del pensamiento humano va a la par del desarrollo tecnológico. Tenemos incluso la impresión de que la tecnología, de la que estamos tan orgullosos, tienen por efecto paliar, reemplazar un cierto déficit de intuición y de sutilidad del hombre actual; como si los hombres del pasado no hubiesen tenido necesidad de nuestra tecnología porque eran más sutiles y estaban en relación más directa con el cosmos.
La ciencia de los astrólogos es fundamentalmente diferente de las ciencias modernas, puesto que parte -como todas las ciencias tradicionales- del punto de vista del hombre. No conoce más que al hombre en medio del cosmos. (1) Así pues, todo saber tradicional es en primer lugar el saber del hombre y reduce todo saber a la unidad del hombre. Todos los principios de esta ciencia se pueden resumir en las palabras que fueron inscritas en el frontón del templo de Delfos: “Conócete a ti mismo y conocerás el Universo y los dioses.”
Las ciencias modernas proceden de un principio absolutamente diferente, puesto que en ellas todo debe ponerse en duda y ser revisado a la luz de la razón humana. El argumento de la autoridad de la antigüedad ya no es válido y, por consiguiente, las ciencias humanas están sometidas a la evolución y al progreso. Vemos así que esas ciencias dan nacimiento a técnicas extraordinarias, de las que todos somos beneficiarios, es evidente, y que nos ayudan a instalarnos y a vivir cada vez mejor en el mundo que nos encontramos. Gracias a esta tecnología, el hombre hace inventario de lo múltiple, incluso podría decirse que se dispersa en el infinito y en la multiplicidad. A medida que el hombre progresa (2) y explora, sondeando lo infinitamente pequeño y lo infinitamente grande, va cada vez más lejos, pero podemos preguntarnos: ¿cada vez más lejos de qué, sino de sí mismo?
A esta noción de progreso, tal vez podría oponérsele, con Louis Cattiaux, el autor de El Mensaje Reencontrado, la noción de Arte: el Arte tiene por efecto llevar a la Naturaleza a un estado de perfección más allá del cual ya no hay progreso posible. (3) Los antiguos describieron dicho estado tomando como ejemplo el vidrio, que es una arena, un nitro llevado a un estado del perfección más allá del cual no hay progreso posible.
Consideremos pues la astrología como lo que es en realidad: una ciencia de la Naturaleza. La astrología es la ciencia de la naturaleza humana, y la Naturaleza sólo puede existir por la unión del Cielo y de la Tierra; donde el Cielo y la Tierra no se unen o no son unidos, no hay Naturaleza. Entonces, podríamos preguntarnos: ¿existe un Arte, un Arte del Cielo que se transmita y que nos permita, como han afirmado los antiguos, impulsar, llevar la naturaleza humana a un estado de perfección más allá del cual no haya progreso posible? Es lo que los antiguos nos han enseñado cuando hablan de la palingenesia, ‘la nueva generación’, un re-nacimiento. También nos han hablando también de la divinización del hombre, de convertir al hombre en un dios.
Algunos ejemplos nos permitirán comprender estas nociones de Arte y Naturaleza. La naturaleza produce el trigo, pero quien produce el pan es el arte. La naturaleza produce la viña, pero quien produce el vino es el arte. Jamás encontraremos un pan o un vino que haya sido producido naturalmente; es necesaria la mano del hombre… ¿Hay pues en esta tierra un arte que produce dioses? Por supuesto, con un nuevo horóscopo, ya que se trata de una nueva generación.
Sin embargo, en la astrología que se practica hay algo de decepcionante, en el sentido de que no tiene finalidad: el hombre nace con un determinado horóscopo, con un cierto destino; es feliz, desgraciado, rico, pobre, tiene una buena o mala salud y, finalmente, muere. Va de la generación a la corrupción, como decían los antiguos. Y cuando ha muerto, los astros continúan su curso en el Zodiaco, sin preocuparse del ser al cual habían dado nacimiento y después llevado a la corrupción.
Entonces ¿será verdad que, como dice Píndaro, el hombre es el sueño de una sombra? ¿Un sueño que se concretiza durante un instante y que después se borra como la sombra que le había dado nacimiento? Esta es la pregunta que haremos a los antiguos, en particular a los griegos y a los romanos.
Observemos que los judíos también nos han dejado una tradición astrológica; los judíos descendiente de Abraham, un caldeo que transmitió a sus hijos la astrología caldea, de la que era el depositario. Por eso cuando leemos los comentarios bíblicos hebreos, por ejemplo en el Talmud, encontramos muchos comentarios de versículos de la Escritura en los que se habla de astrología.
La astrología aparece desde el momento en que tenemos testimonios del pensamiento griego. Cleostrato, que vivió en Tenedos en el siglo VII a. C., nos ha dejado un tratado de astrología donde nos da el significado de diferentes signos del Zodiaco.
En el siglo VI a. C., Heráclito de Efeso, ciudad griega del Asia Menor, próxima a Caldea, escribió un pequeño libro de Filosofía que confió a los sacerdotes, recomendándoles que lo transmitieran con sumo cuidado. De dicho libro no ha quedado más que una o dos centenas de frases. Dos de esos fragmentos tratan de la ciencia del cielo; en el primero, que es biográfico, Heráclito se refiere a lo que llama el “gran año”, que consiste en cierta medida de tiempo. Para nosotros, que estamos en la tierra, el tiempo se mide evidentemente por la salida y la puesta del sol, pero para un observador que se encontrase por encima de la luna o en el nivel de la luna, ¿cómo contar el tiempo? El “gran año” es precisamente el espacio de tiempo que separa un cierto estado del cielo -en el que cada planeta está en tal o cual signo-, del estado siguiente, que será exactamente igual.
Pongamos un ejemplo: el mundo fue creado -o más exactamente, la máquina comenzó a girar- con todos sus planetas domiciliados: Marte en el signo de Aries, Venus en Tauro, etc. Para volver a encontrar un momento en que los astros estén situados en la misma posición es necesario esperar la renovación de un gran año completo. Heráclito asignaba al gran año un periodo de 10.800 años, aunque de manera puramente simbólica, multiplicando 360 por 30, el número de años medio de la vida de un hombre.
Se trata pues de un periodo de tiempo casi indefinido; es el movimiento sempiterno, que siempre gira, mucho mayor que el de la tierra. También se le designa con otro nombre; si aquí abajo la medida es llamada tiempo, encima de la luna se llama aion, en español ‘eón’. Sin duda, la doctrina de los eones ha hecho fortuna en el pensamiento grecolatino, y la encontramos incluso en santo Tomás, que la incluyó en su Summa Teológica, al hablar del aevum, es decir, ‘la edad’.
Una de las consecuencias de esta doctrina es que si el año se divide en cuatro estaciones, también el eón se divide en cuatro edades subsidiarias, aunque de duración diferente, a las que se ha denominado edad de oro, edad de plata, edad de cobre y edad de hierro. La edad de oro es como la primavera de la humanidad, el periodo más bello y largo, al cual suceden los otros tres hasta que, al final de un cierto lapso de tiempo muy prolongado, recomienza y vuelve a florecer.
Por otra parte, es conocido que los hindúes tienen una concepción social basada en la doctrina de las cuatro edades. De acuerdo con la famosa teoría de las castas, de difícil comprensión para los occidentales, habría hombres de oro, hombres de plata, de cobre, de hierro, según cierta selección que por otra parte es imposible determinar, y que daría nacimiento a la casta de los brahamanes, a la de los kshatryas, etc.
Los griegos también divinizaron y corporificaron el eón, que para ellos era asimismo el nombre de un dios, de un dios corporal. Según ellos, el Ser supremo ejerce su acción en el mundo por medio del Eón, y a partir de ahí llamaron eones a las potencias eternas emanadas del Ser supremo. No obstante, no hay que confundir este tiempo sempiterno con la noción de eternidad, ya que ésta es la ausencia de movimiento. Para los griegos también existe el mundo de la eternidad, pero más allá de la esfera de las estrellas fijas, allí donde no hay más movimiento, en el lugar que los platónicos situaron lo que llamaban la “pradera de las ideas”, de las ideas eternas. Así pues, el eón fue considerado como el intermediario entre el tiempo y la eternidad.
Fue tal vez esta concepción lo que ha dado nacimiento a la fórmula de bendición en la Iglesia de Occidente: “Bendito sea por los siglos de los siglos”, entendiéndose “siglos de los siglos” por los eones, la influencia de los cuales, como veremos, se derrama perpetuamente sobre nuestra tierra.
Los babilonios se vanagloriaban de haber acumulado una cantidad ingente de observaciones, consignadas en sus archivos, referidas al curso de los astros y a todos los acontecimientos que habían anotado en el curso de un gran año. El señor Brahy (4) se basó en estos conocimientos, según dijo, para anunciar sucesos muy graves hacia 1990. Sin embargo, ni siquiera los caldeos, pudo determinar la amplitud de un ciclo, lo cual hizo decir a Cicerón, en su tratado De la naturaleza de los dioses (II, 9): “Esta conversión de los astros a su punto de partida es muy larga, y es una cuestión difícil, pero no por ello menos cierta.”
Efectivamente, pues si jugamos con un calidoscopio, mirando las imágenes que se suceden, el cálculo de probabilidades nos permite afirmar que, en un determinado momento, se volverá a producir una imagen ya vista. Esto es tanto más cierto cuanto que se trata del curso de los astros, que no está sujeto al azar sino a los números.
Los antiguos egipcios habían hecho el horóscopo del mundo. Según ellos, el mundo nació en el momento de la aparición, en Oriente, del planeta Sirio, que es, según Louis-Claude de Saint-Martin, las “restituciones de Dios, de los hombres y del mundo”, la estrella de Pitágoras. Los egipcios la llamaban Sotis y la consagraron a la diosa Isis. Era normal, pues, que el mundo naciera en el momento en que la gran diosa de los egipcios, Isis, se elevaba en el horizonte. Por lo tanto, para los egipcios el ascendente del mundo debía situarse en los 14 o 15 grados de Cáncer, con la luna en el ascendente, que era el planeta de Isis. El sol en la casa segunda, en Leo: cuando el sol entra en este signo, a principios del mes de agosto, la crecida del Nilo es más fuerte. El Nilo es quien, cada año, fecunda la tierra santa de Egipto; así, era lógico que esta fecundación coincidiera con el comienzo del mundo. A continuación venían los demás planetas según su domicilio: Mercurio en Virgo y Saturno en Occidente, en Capricornio. El mundo había sido creado de noche, puesto que el sol estaba en la segunda casa, cosa natural, de lo contrario, el creador no hubiera dicho: “¡Que la luz sea!”
De esta teoría, según la cual cada vez que los planetas se vuelven a encontrar en la misma posición, comienza un mundo nuevo, algunos han extraído concepciones del todo extremas, como el mito del eterno retorno. A Nietzsche, que era helenista, le apasionó esta teoría; siguiendo tales ideas, llegará un tiempo, muy alejado, en que nos volveremos a encontrar en este mismo lugar, yo aquí y ustedes allí, yo hablando del mismo tema y ustedes escuchando. Volviendo a empezar los astros, todo deberá volver a comenzar de la misma manera.
Esto ha dado nacimiento a lo que llamamos milenarismo, del que también Heráclito nos ha hablado. En otro de sus fragmentos, dice: “La Sibila, quien con boca delirante profiere sus palabras sin sonreír, sin adornos y sin unción, atraviesa con su voz un término de mil años.”
Ahora bien, ¿qué anuncia la Sibila perpetuamente? La edad de oro. Al igual que los profetas de Israel se han sucedido para anunciar al Mesías, las numerosas Sibilas de la Antigüedad han anunciado todas la edad de oro.
Según esta teoría, la edad de oro debe venir al término de un ciclo de mil años, aunque dicha cifra parece igualmente simbólica, pues también en el Apocalipsis se habla de un reinado de Cristo que debe durar mil años. De ahí han nacido los famosos terrores del año mil, en que las gentes creyeron, al final del primer milenio, que había llegado el fin del mundo. Y con toda seguridad, a pesar de nuestros conocimientos científicos tan evolucionados, conoceremos los terrores del año dos mil.
Lo cierto es que ya encontramos los terrores del año mil en la Antigüedad, tal como lo refiere Tito Livio en su Historia de Roma. Como lo cantó el gran Virgilio -el mayor poeta que jamás haya producido la civilización occidental, que vivió naturalmente en Italia, cuna del arte y de la civilización-, la edad de oro de Roma comenzó con la destrucción de Troya. Fue de hecho esta destrucción lo que permitió al piadoso Eneas, después de muchas desgracias y naufragios, abordar la costa de Italia y fundar la ciudad de Alba Longa, de la que surgiría Roma.
Siguiendo la teoría milenarista, el nuevo milenio debía pues comenzar con la destrucción de una ciudad. Y como según el calendario de Eratóstenes, la ciudad de Troya había sido destruida el 1184 a. C., al acercarse el año 184 los romanos comenzaron a asustarse, y su espanto crecía motivado por la inestabilidad de los tiempos y porque los adivinos -que por entonces eran muy numerosos y a menudo expertos en su arte- habían anunciado que el foro romano estaría cubierto de tiendas el año 184. Recordemos la famosa toma de Roma por los galos, cerca de doscientos años después: saquearon la ciudad y acamparon en el foro romano. Entonces, la gente supersticiosa quedó persuadida de que Roma era la nueva Troya, que pronto sería destruida y que padecerían de nuevo el tumulto galo. Ahora bien, fue precisamente en el año 184 cuando murió el gran Pontífice Craso y, siguiendo la costumbre, después de su entierro se celebraron juegos fúnebres, así como un banquete fúnebre en el foro. Y sucedió que, al comenzar éste, se puso a llover, con lo cual se vieron obligados a levantar tiendas a toda prisa… La gente respiró y los supersticiosos se vieron liberados de sus temores sin daño alguno.
Esto ilustra la teoría milenarista y muestra que podemos interpretar muy mal las enseñanzas divinas si no lo hacemos con un espíritu absolutamente libre y sin prejuicios.
Hay otra historia que se refiere al siglo de oro, pero más interesante, ya que alude a lo que se llama la gnosis: está en la IV Bucólica de Virgilio. Muchos la conocen, es la que anuncia el retorno de la edad de oro gracias al nacimiento de un niño. Por eso los cristianos consideraron a Virgilio como uno de sus profetas, al igual que la Sibila. Pensemos en el canto de los muertos del antiguo ritual católico, el Dies irae, donde se hace alusión al famoso teste David cum Sibila, es decir: ‘David es el testimonio, con la Sibila’.

He aquí los primeros versos de la égloga:
“Hela aquí que ha vuelto, la última edad cantada por la profecía de Cumas; el gran orden de los siglos recomienza. He aquí que vuelve también la virgen; he aquí que vuelve también el reino de Saturno. He aquí que una nueva generación desciende del cielo más elevado [toda generación viene del cielo: ¡es algo que los astrólogos saben bien!]. Dígnate solamente, casta Lucina [la diosa de los nacimientos] favorecer el nacimiento del niño por quien, para empezar, desaparecerá la raza de hierro y se elevará en el mundo entero una raza de oro…”
Así pues, una nueva generación que viene del cielo. Para comprender lo que es esta generación, hay que leer, al final del poema, aquel pasaje que suscitaba la emoción de los profesores -quienes hayan hecho las humanidades antiguas lo recordarán-, cuando hacían traducir a sus alumnos: “Comienza, niño pequeño, a reconocer a tu madre por la risa… comienza, niño pequeño: aquél a quien sus padres no han reído, un dios no lo ha juzgado digno de su mesa, ni una diosa de su lecho…”
He aquí pues la generación de los dioses, ¡que se define por la risa! Nosotros, los hombres, somos concebidos con un gemido y venimos al mundo también con un gemido.
Encontramos una enseñanza idéntica, cosa curiosa, en el Génesis de Moisés; se trata de la generación de los patriarcas, que en el judaísmo ya es una generación mesiánica. Así, según el Talmud, Sara, la mujer de Abraham, engendró gracias al Espíritu Santo. Leemos en el capítulo XVIII que Abraham se encontraba sentado a la puerta de su tienda, en el calor del día, y vio pasar a tres personajes, a quienes generosamente ofreció hospitalidad; estos tres personajes son ángeles, pero tienen la apariencia de hombres. Abraham les ofrece lavarles los pies y a continuación les prepara una buena comida. En el momento de marchar, los tres hombres se levantan y uno de ellos se dirige a Sara: “El próximo año volveré, como en el tiempo de la vida, y tú estarás encinta.”
Pero Sara tenía 99 años, y no había pues ninguna posibilidad de que quedara encinta. Entonces, dice el texto hebreo, “ella rió en sí misma”. El pasaje es aún más preciso -los judíos son siempre muy precisos- pues hay que leer “Y ella rió en su vientre” (Gn 18, 12).
Además, este es uno de los pasajes que fue voluntariamente edulcorado por los traductores de la Setenta, a fin de que los misterios más profundos de la Escritura no fuesen entregados a la profanación de los extranjeros. El texto griego dice: “y ella se puso a reír para sus íntimos”. Por lo tanto, había alguna cosa que esconder.
Después de Heráclito, recordemos también a Enópides, cuyo tratado de astrología no se ha conservado, pero de quien sabemos que asimilaba el Zodiaco a la Vía Láctea. Cuando Faetón, el hijo del Sol, quiso conducir el caballo de su padre, el sol cambió de ruta y se puso a correr en el Zodiaco.
Los pitagóricos nos han dejado tratados completos de cosmología, de los siglos V y IV a. C. En uno de los más célebres, Filolao de Tarento decía que la gnosis era el dominio de lo que había por encima de la luna y de lo que había bajo nuestros pies, mientras que la virtud reinaba en el espacio que separaba la luna de la tierra. Había pues una gnosis del cielo y una gnosis de lo que hay en la tierra.
En el Timeo, un tratado muy conocido que debe su nombre al de un célebre pitagórico, Platón nos ha dejado una cosmología completa, en la que adjudicó muchos planos al universo: había, para empezar, las esferas de los planetas, en la que cada planeta estaba sujeto a una esfera y cada una de las esferas giraba alrededor del Zodiaco -en el sentido del sol-, a una velocidad que le es propia, desde la esfera de la Luna hasta la de Saturno. Por encima de la esfera de Saturno se encontraba la de las estrellas fijas, que giraba en sentido inverso y con extrema lentitud. Finalmente, por encima de la esfera de las estrellas fijas se hallaba la Eternidad, donde ya no había movimiento y donde se encontraban las ideas. El espacio que separaba la tierra de la luna era el lugar del tiempo, un caos que sólo engendraba seres demasiado débiles para perpetuar su ser, y que estaba sometido a la acción de los mundos superiores; se decía que era el lugar de la generación y de la corrupción, mientras que por encima de la luna, los astros se bañaban en el éter divino.
El éter era un aire extremadamente sutil, mezclado con fuego, y era divino: para los griegos era el mismo Dios. Este éter estaba animado continuamente por un movimiento circular y era inteligente. El éter -que es el alma del mundo, lo que los hombres llaman Dios- mantenía continuamente las esferas en su movimiento circular. De ahí viene la palabra ‘universo’, del latín uni-versus, ‘que gira siempre en el mismo sentido’. Para Platón el éter era pues el mismo Dios, e incluso se divirtió haciendo juegos de palabras entre ‘éter’, aither  y ‘Dios’, theos. (5)
Contamos asimismo con el comentario de Virgilio, quien celebra en su II Geórgica (325 y ss.) la venida de la primavera: “Entonces, el Padre omnipotente, el Éter [así, el éter es Dios Padre] desciende por medio de lluvias fecundantes al seno gozoso de su esposa, la Tierra, y unido en este potente abrazo a su gran cuerpo, vivifica todo embrión.”
Este éter está animado sobre todo por la necesidad y el deseo de corporificarse. Una vez encuentra un cuerpo muy puro, que de alguna manera es de su naturaleza, se une a él y produce la luz. Es lo que sucedió, dicen los antiguos, con los astros, que son dioses, hijos del éter, que los inflamó y los volvió luminosos.
El éter también desciende a este mundo, pero mezclándose a lo que Aristóteles llamó el flogisto, es decir, las impurezas. Aquí abajo el aire es impuro, está flogisticado: es lo que provoca los truenos y relámpagos. El éter se mezcla con ese aire flogisticado y es inspirado por los hombres al nacer, en el momento de la primera inspiración del niño. Es lo que provoca el horóscopo, pero ello el movimiento circular celeste se encuentra dentro del hombre. He aquí pues al hombre, en cierta manera fermentado -el aire es un fermento, no hay fermentación posible sin aire- por este aire flogisticado mezclado con el aire divino. Ahí está el destino del hombre, marcado por el movimiento circular, con la psique, su espíritu, que viene del cielo y es, por lo tanto, aéreo.
¿Cómo puede ser -la pregunta ya se la hacían en otros tiempos- que siendo los astros buenos, que siendo dioses, puedan tener malas influencias como las cuadraturas, las oposiciones, etc.? Según los antiguos, de hecho las influencias no son malas, sino que nosotros somos demasiado débiles para recibirlas. Es exactamente como un enfermo débil, que no puede recibir los rayos del sol sin daño. Los rayos del sol son buenos en sí mismos, pero para ciertos enfermos pueden ser peligrosos.
En el libro X de la República, Platón une armoniosamente los problemas del destino, los de la libertad de escoger y de la suerte. Es el mito de Er el Pánfilo. Las almas que han de reencarnarse pueden echar suertes, por turno; son introducidas en una playa donde se encuentran diferentes estatuas, que representan cada una a un hombre. Entonces escogen, según su sabiduría o su locura. A partir del momento en que han escogido, se les hace beber el agua del río Ameles, ‘sin preocupación’, y se encarnan. Han perdido el recuerdo y su destino está desde entonces fijado.
¿Pero es posible al hombre escapar de su destino? Platón aporta una respuesta a esta pregunta, aunque extremadamente discreta. En el Fedro explica que, antes de reencarnarse, las almas han podido, más o menos, según su calidad, según su fuerza, contemplar la pradera de las ideas. Cuando se encarnan han perdido el recuerdo de ellas, pero guardan como una nostalgia de las mismas. Y según el destino que les ha sido asignado, esta nostalgia puede inclinarles más o menos al estudio de la filosofía y a las santas iniciaciones.
“Por el estudio de la filosofía -dice Platón- el hombre puede volver a recordar realidades que antiguamente había contemplado o entrevisto”.
Un verdadero saber sería pues volver a recordar lo que ya se sabía y se ha olvidado, lo cual tendría el efecto de devolver a su espíritu las alas que le permitirían escapar del desesperante dédalo de este mundo y adquirir el entusiasmo. La palabra viene del griego enthousiasmos, que significa ‘tener en sí mismo el soplo de un dios’. Ser entusiasta, adquirir el entusiasmo es estar poseído por un dios. La cosa es curiosa, puesto que desde que el hombre nace e inspira por primera vez, tiene en sí mismo un soplo. El entusiasmo es, pues, un segundo soplo, lo que sería un nuevo nacimiento. Tener consigo el soplo de un dios es nacer una segunda vez y, si puede decirse así, tener por pastor un nuevo horóscopo. Y entonces, sigue Platón: “como se separa de aquello que es el objeto de las preocupaciones de los hombres y se aplica a lo que es divino, el vulgo le demuestra que tiene el espíritu alterado; sin embargo, está poseído por un dios y el vulgo no lo sabe.”
Platón no nos ha dicho mucho más; no obstante, en la VII carta dirigida al tirano Dionisio de Siracusa también escribió: “Sobre todos esos problemas no existen escritos míos, ni los habrá jamás. Efectivamente, este no es un saber que, a ejemplo de los otros, pueda de alguna manera formularse en proposiciones, sino que es el resultado del establecimiento de un comercio repetido con aquello que es la materia misma de este saber, resultado de una existencia que se comparte con ella. Súbitamente, como se enciende una luz cuando crece la llama, este saber se produce en el espíritu y en adelante se nutre solo”.
La mitología también alude a este saber extraordinario, en particular en el mito de Prometeo, quien precisamente había robado el fuego del cielo, el éter radiante. En el Prometeo encadenado (248-254), drama que Esquilo le consagró, hay una escena en la que Prometeo, víctima de la venganza de los dioses, clavado en la roca afirma:
Prometeo. -Sí! He liberado a los hombres de la obsesión de la muerte. / El Corifeo. -¿Qué remedio has descubierto pues a este mal? / Prometeo. -He instalado en ellos las esperanzas ciegas. / El Corifeo. -¡Poderoso consuelo, el que en este día has traído a los mortales! / Prometeo. -¡Aún he hecho más! ¡Les he obsequiado con el fuego! / El Corifeo. -¿Cómo! ¿El fuego llameante está hoy entre las manos de los efímeros? Prometeo. -¡Sí! Y de él aprenderán artes sin número.”
Desde luego, no se trata del fuego de nuestra cocina, sino del fuego del cielo, aquél de quien dicen los Oráculos Caldeos: “Quien toque el fuego del éter, ya no podrá separarlo más de su corazón.”
He aquí, pues, como Prometeo, el gran bienhechor de la humanidad, fundador de las iniciaciones santas, ha liberado a los hombres de la obsesión de la muerte.
La Navidad se acerca y podríamos concluir reflexionando sobre los misterios que nos propone. Los cristianos, ya lo hemos dicho, no han inventado ni aportado nada nuevo, pues de lo contrario el cristianismo no sería la expresión de la tradición universal; el misterio de la Navidad es mucho más antiguo de lo que nos han enseñado los Evangelios. Veamos como prueba este breve pasaje de los antiguos misterios de Eleusis, que nos ofrece san Hipólito en sus Philosophumena:
“En un determinado momento, los iniciados eran sumergidos en la oscuridad y el gran hierofante hacía traer todas las luces. Entonces, bajo muchas luces, gritaba con voz fuerte el gran y secreto misterio de Eleusis: Nuestra Señora ha engendrado un hijo santo. Brimo ha engendrado a Brimona, lo que quiere decir: la fuerte ha engendrado al fuerte.»
Se dice que Nuestra Señora es la que engendra en el espíritu, la que está por encima del cielo: la de arriba. El fuerte es aquel que ha sido engendrado de esta manera.
Los antiguos griegos ya esperaban, pues, la venida del buen pastor y habían conocido el pesebre de Navidad que pronto reencontraremos. Y puede decirse que cuando se ha encontrado a este buen pastor, es decir, el fuego del cielo corporificado, se ha encontrado a aquel que puede llevarnos a la práctica de esas “artes sin número”, pues una vez el hombre ha sido regenerado espiritualmente, aún debe serlo corporalmente, ya que es cuerpo y espíritu. Y esto nos lleva a otra parte del saber, que no es únicamente la gnosis del cielo, sino que es sobre todo la gnosis de la tierra, y de lo que hay bajo la tierra: el misterio de la alquimia.
Es sabido que los astros del cielo tienen sus correspondencias bajo la tierra y que los metales tienen también nombres de dioses: Saturno representa el plomo, Júpiter el estaño, etc. Ocurre que en la tierra se encuentra un cuerpo metálico, que es el único en el mundo que escapa a toda destrucción y a toda corrupción: el oro. De ahí la alquimia y el misterio de quienes han buscado, digamos, cómo hacer oro. Aunque de hecho, nunca han perseguido hacer oro, sino regenerarlo, lo cual es otra cosa muy diferente.
Sabemos por un edicto de finales del siglo III d. C. o de principios del IV, que el emperador Diocleciano quiso hacer destruir todos los libros de alquimia existentes en su tiempo, “para impedir que los egipcios se enriquecieran”. Afortunadamente, algunos de aquellos libros escaparon a la destrucción y aún existen. En la actualidad se encuentran en la biblioteca de la Universidad de Leiden, en Holanda. Seguimos esperando un Filósofo suficientemente ilustrado, no solamente para traducirlos y editarlos, sino también para comentarlos.
En conclusión, la astrología se presenta como una ciencia de la Naturaleza humana y se sitúa en un cierto nivel en relación con las otras ciencias tradicionales, las del arte, que permite precisamente mejorar esta naturaleza y llevarla a un estado de perfección, más allá del cual no hay progreso posible.
Esto nos ha llevado naturalmente al pesebre de Navidad y a los misterios de Eleusis. Eleusis es una palabra griega que significa ‘la buena ventura’. Y ésta es la buena ventura que os deseo a todos…

¡Así sea!
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NOTAS:
1. Ignoramos si los antiguos sabían que la tierra gira alrededor del Sol. Parece ser que en Siracusa era conocido el sistema heliocéntrico.
2. ‘Progresar’, del latín progredi, ‘poner un pie delante de otro, partir, andar, marcharse’.
3. Cf. L. Cattiaux, El Mensaje Reencontrado, Arola ed., 2000, VIII, 32.
4. G. Lambert Brahy, célebre astrólogo belga, fundador de la revista Demain Cébestia.
5. Cf. Platón, Crátilo 410b.

sábado, 30 de mayo de 2015

Planetas, colores y metales. Por Patrice Guinard.







Planetas, Colores y Metales
por Patrice Guinard

-- traducción Angeles Rocamora --


Este texto no pertenece inicialmente a mi tesis. Rápidamente escrito, más tarde será remodelado. Atribuir colores a los planetas es un ejercicio típico de la razón matricial. Desde 1986, mis ideas sobre este tema han chocado contra dificultades recurrentes: recientemente, el 26 de mayo de 2000, encontré una solución que me parece satisfactoria teniendo en cuenta los imperativos con los que contaba.
  Percepción y Organización de los Colores
"Aquellos que componen con luces de colores
la luz única y esencialmente blanca,
he aquí los verdaderos oscurantistas."
(Goethe, Máximas y reflexiones)
     Goethe habría dado su poesía, sus novelas y, probablemente, el resto de su obra por su sola Teoría de los Colores. Johann Eckermann, el confidente de los últimos años de su vida, relata sus sorprendentes palabras: "De todo lo que he hecho como poeta, no obtengo vanidad alguna. He tenido como contemporáneos buenos poetas, han vivido aún mejores antes que yo y vivirán otros después. Pero haber sido en mi siglo el único que ha visto claro en esta ciencia difícil de los colores, de ello me vanaglorio, y soy consciente de ser superior a muchos sabios".  [1]  Para Goethe, no se trata tanto de confirmación y demostración científicas como de comprensión y de verdad. [2]  El color sabría ser aprehendido por la razón instrumental. Hay campos del conocimiento que escapan, por su propia naturaleza, al enfoque matematizante e instrumentalista de la ciencia. Ya que a través de la cuestión de los colores se perfila el interrogante goethiano sobre la modernidad de su siglo, el del racionalismo de las Luces y de las mentalidades que modifican los discursos y las representaciones mentales. "Yo reverencio a los matemáticos (...) pero no puedo aprobar que se quiera hacer abuso de las cosas que no pertenecen a su campo y donde esta noble ciencia aparece absurda. ¡Como si existiera sólo lo que puede ser demostrado matemáticamente! [3]  Goethe hizo del tema de los colores un asunto personal, ciertamente no tanto en razón de las explicaciones psico-sociológicas (a menudo tan vulgares como ilusorias) sostenidas por el joven Eckermann [4] , como porque esta cuestión comprometía todo lo que él era, empezando por su modo de comprensión del mundo. Ya que el razonamiento elaborado tanto en la Teoría de los colores, como en la Metamorfosis de las Plantas es de tipo matricial y Goethe es, sin duda alguna, uno de los más eminentes representantes de su siglo.
     El color debe ser aprehendido de manera global y no analítica, visual y no factual, sensual. La percepción de los colores depende de un cierto equilibrio de la luminosidad: en la oscuridad todo es negro, y no se distingue nada bajo una luz excesiva. Goethe expone en la cuarta parte de su tratado, dos ideas esenciales: el origen de los colores (del Azul y del Amarillo) a partir de la oscuridad y de la luz, y la constitución del color "final", el Rojo, por intensificación de cada uno de los dos colores primitivos. [5]  Así, el Rojo es el término final de un oscurecimiento del Amarillo, así como de una aclaración del Azul. Tres colores medios (el Verde, el Violeta, el Naranja) acaban la disposición cromática a partir de la evolución y de la mezcla de los tres colores principales. De hecho, el Amarillo, que procede de la luz, y el Azul, que procede de la oscuridad, se mezclan para dar el Verde y se intensifican para dar el Naranja y el Violeta, y después el Rojo.
      La teoría genética de los colores, que Goethe opone a la experimentación newtoniana, la de la descomposición espectral de la luz blanca en siete colores (donde uno, el índigo, es un color artificial, sin duda introducido para satisfacer la analogía entre la gama cromática y la gama musical), reúne la experiencia de los artesanos tintoreros y de los pintores, la de un Leonardo da Vinci por ejemplo, que distingue los colores de la luz (rojo y amarillo) de los colores de la sombra (azul y verde). Dicho de otro modo, Goethe opone a la experimentación instrumental de la luz, la percepción y la observación "natural" de los objetos y de sus coloraciones en la luz. Se trata menos de objetividad y de subjetividad -el enfoque del pensador de Weimar es tan "objetivo" que el de su antecesor- que de una diferencia de naturaleza en la cualidad de la percepción: una es natural y universal, y la otra es mediatizada, instrumentalizada y el fruto exclusivo de una cultura definida, la de un saber instrumental que, precisamente necesita afirmar su "universalidad" y su "objetividad" en desacuerdo con la percepción común. [6]
     Los colores de Goethe pueden ser dispuestos sobre un círculo cromático (cf. Diagrama 1A), en el cual los colores complementarios se oponen diametralmente, o incluso en un esquema triangular con los 3 colores fundamentales en los ángulos, y los 3 colores intermedios sobre los lados. [7]

Círculos y Triángulos Cromáticos (Diagramas 1A y 1B)
     Este esquema, sin embargo, no agota todas las posibilidades del color. Cómo tratar el Castaño, o el Rosa, o el Gris, productos de las mezclas entre el Rojo, Negro y Blanco. Si bien podría ser constituido un segundo círculo o triángulo cromático (cf. Diagrama 1B), con el Rojo en esta ocasión como término final de un proceso de descompresión del Blanco así como del Negro. El Rosa y el Marrón serían las etapas intermedias, y el Gris la mezcla entre Negro y Blanco.
     En 1969, los lingüistas Berlin y Kay mostraron que los términos utilizados por la mayor parte de las lenguas para designar a los colores se resumen a 11 términos fundamentales, precisamente los que definen los colores de los 2 círculos cromáticos: "Aunque exista un número diferente de categorías de colores fundamentales en el seno de las diversas lenguas, encontramos no obstante, un inventario común de exactamente once categorías de colores fundamentales, a partir del cual los once (o a veces menos) términos de colores de base en el seno de no importa qué lengua, siempre están representados. Estas once categorías de colores son el blanco, el negro, el rojo, el verde, el amarillo, el azul, el marrón, el violeta, el rosa, el naranja y el gris." [8]
     Por otro lado, Berlin y Kay descubrieron que existía un orden de prelación que concierne a los términos escogidos, en el caso en el que las lenguas no poseyeran más que un número muy limitado de términos para designar los colores: "Todas las lenguas tienen un término para designar el blanco y el negro. Si una lengua tiene tres términos para designar los colores, tiene uno de ellos para designar el rojo. Si tiene cuatro, tiene uno o bien para el verde, o bien para el amarillo. Si tiene cinco, tiene uno para el verde y uno para el amarillo. Si una lengua tiene seis términos, posee uno para el azul. Si una lengua tiene siete términos, tiene uno para el marrón. Si una lengua tiene más de siete términos, tiene para el violeta, el rosa, el naranja y el gris, o para combinaciones de éstos." [9]
     Podemos imaginar una disposición cromática en doble círculo con el Rojo en el centro, el color esencial para Goethe, y del que los trabajos de los lingüistas americanos subrayan la importancia, o incluso una disposición estrellada, la cual reúne los dos diagramas precedentes y en la cual cada uno de los once colores se sitúa en las cercanías de los colores que le son cercanos (cf. Diagramas 2 y 3).

Diagrama 2
Diagrama 3


Colores y Planetas
     "Existen once categorías fundamentales de colores discriminados por la percepción humana, que sirven de referente psicológico a los once términos, a veces menos, utilizados en todas las lenguas para designar estos colores." (Berlin & Kay: Basic color terms)
     Según Berlin y Kay, la percepción humana es susceptible de distinguir, universalmente, once categorías de colores según los términos que sirven para designarlos, y que ellos encontraron en el seno de las lenguas y de las más diversas culturas. Los resultados de estos estudios antropológico-lingüisticos han sido rechazados por la crítica analítica, hostil a toda incursión de la razón matricial en el campo del conocimiento. Ya que es cuestión de números, como para los chinos o los hindúes, estamos en presencia de una materia que interesa en primer lugar al pensamiento matricial. [9B]
     Ahora bien, los planetas, como he mostrado, son operadores psíquicos que actúan sobre la percepción de lo real. Son, precisamente, un número de diez (u once teniendo en cuenta algunos asteroides y a su representante Ceres). Así se justifica "la analogía" entre planetas y colores.
Plutón NEGRO, la Luna BLANCO, Marte ROJO, el Sol AMARILLO, Urano AZUL, Venus VERDE, Júpiter NARANJA, Neptuno VIOLETA, Saturno GRIS, Mercurio MARRÓN.
Mercurio, tornasol y vertedero de todos los colores mezclados.
Saturno, el mal amado, con sus mil tintes sin color.
Neptuno, espectro sin par, de propósitos generosos.
Júpiter, el brillante, luminoso por su potencia.
Venus, verde vivo del vegetal.
Urano, azur de cielo límpido.
Sol, luz.
Marte, el arañado, sangrante.
Luna, pura, a los silencios consagrada.
Plutón, el último elegido, invisible y sombrío.
A fin de determinar las atribuciones de los 11 colores de Berlin y Kay a los 10 planetas del Planetario (u 11 con Ceres, representante de los asteroides) han sido tenidos en cuenta, ciertos principios lógicos:
  • La organización de los planetas en una serie cromática continua, reuniendo al máximo de colores posible. De hecho, un sólo color, el Rosa, no encuentra aquí su lugar.
  • La atribución de los colores más cálidos (Amarillo, Naranja, Rojo, Marrón, Violeta) a los planetas de excitación o de apertura, y de los colores más fríos a los planetas de inhibición o de cierre.
  • La puesta en evidencia de un eje o de un centro de simetría, relativo a las parejas de planetas obtenidos de la organización del Planetario.

     Dicho de otro modo, el ejercicio consiste en atribuir cinco colores a cinco planetas: 120 posibilidades teóricas. Yo no he podido encontrar un círculo cromático que satisfaga la condición 1, la de la serie Verde, Azul, Violeta, Rojo, Naranja, Amarillo, Marrón, Negro, Gris, Blanco.
     Mi intuición inicial se refiere a los cuatro planetas centrales del "Tai Chi planetario": el Sol, la Luna, Marte y Plutón [10] , a los que se les atribuirá sus colores "visibles": Amarillo, Blanco, Rojo y Negro. Estos cuatro colores, los más corrientemente designados por vocablos distintos en el seno de las lenguas más diversas según el estudio de Berlin & Kay, son también los de los cuatro humores de la medicina griega: la bilis amarilla, la flema, la sangre y la bilis negra. [11]
     El problema de la simetría se encuentra resuelto (condición 3), ya que los cuatro planetas pertenecen a dos parejas planetarias, lo que descubre un eje de simetría Azul-Marrón, pero deja aún 6 posibilidades. El Gris parece convenir perfectamente a Saturno y el Naranja a Júpiter. Quedan Mercurio y Neptuno, si razono a partir de los planetas "cálidos". El Marrón conviene más a Mercurio y el Violeta a Neptuno, que a la inversa. De ello se deriva la atribución del Verde para Venus y del Azul para Urano, el cual, a pesar de su connotación mitológica (el dios del Cielo), ha sido para mí la relación más difícil a admitir. El Rosa, mezcla de Rojo y de Blanco, aunque excluido del círculo cromático, conviene perfectamente, en esta lógica, a los asteroides y a su representante Ceres, ya que han sido definidos en el texto precedente [12]  por la fórmula Unicidad-Multiplicidad, resultante de las fórmulas atribuidas a Marte (Rojo) y a la Luna (Blanco).


Diagrama del Círculo Cromático Planetario

El Círculo Cromático Planetario


     Los colores de los dos círculos cromáticos (cf. El diagrama 1), salvo el Rosa, pueden combinarse en un esquema rectangular, con los colores asociados a los planetas "cálidos y secos" (Marte, Júpiter y Sol) arriba, bajo los asociados a los planetas "fríos y húmedos" (Luna, Saturno y Plutón), y en el centro los asociados a los planetas de estatus ambiguo: Mercurio neutro, Venus nocturno y femenino para los griegos pero húmedo y moderadamente cálido para Kepler, Urano y Neptuno de estatus indeciso y diferentemente apreciado según los astrólogos (cf. El diagrama 5).
Diagrama 5

      Eso no impide que exista en este terreno, menos que en otros, algún consenso entre astrólogos. Por ejemplo, el astrólogo francés Jean Mavéric propone en 1910 la distribución siguiente: Luna blanco, Mercurio multicolor, Venus verde, Sol amarillo, Marte rojo, Júpiter azul, Saturno negro-castaño, Urano "colores prismáticos", Neptuno malva. [13]
      Al principio de 'planetary colours', el diccionario de Fred Gettings da una mezcla de atribuciones de ciertos autores (William Lilly, Helena Blavatsky, C. Libra, H.L. Cornell y Manly Palmer Hall). Entre los muy diversos colores mencionados para cada planeta, figuran para la Luna el Blanco, para Mercurio el Marrón, para Venus el Verde, para el Sol el Amarillo, para Marte el Rojo, para Saturno el Gris, para Urano el Azul, para Neptuno el Malva y para Plutón el Negro. [14]  Sólo Júpiter, al cual estos autores atribuyen azules y violáceos, escapa a la concordancia con los colores que yo propongo. Lo mismo le ocurre a Jean Mavéric. Curiosamente, Françoise Gauquelin apuntó por su parte una cierta incoherencia en cuanto a la atribución a Júpiter por parte de los astrólogos de rasgos caracteriales. [15]  Podría ser, como consecuencia, que haya un "problema jupiteriano" para los astrólogos.
     Se sabe que los babilonios concedían una gran importancia a la visibilidad y a la apariencia de los planetas, condiciones iniciales y necesarias del pronóstico astrológico. Rumen Kolev da la siguiente lista, según diversas fuentes: Luna Azul, Sol Amarillo, Marte Rojo, Mercurio variable, Venus Blanco, Júpiter Naranja, Saturno Gris. [16]
      Los Sabeos de Harrân, una comunidad de paganos helenizados, han conservado la enseñanza astrológica de los babilonios hasta el siglo X d. de C. La ciudad de Harrân poseía 7 puertas y 7 templos, cada uno de ellos dedicado a un dios astral babilonio, construido según una forma geométrica característica y asociada a un metal y a un color (según un texto de Ibn Shaddâd, 1216-1285): Sîn (la Luna, Blanco), Nabû (Mercurio, Marrón), Ishtar (Venus, Azul), Shamash (el Sol, Amarillo), Nergal (Marte, Rojo), Marduk (Júpiter, Verde), Ninurta (Saturno, Negro). [17]  Los 7 colores de los templos de Harrân son, por otro lado, los 7 primeros de la lista de Berlin y Kay. El cuadro comparativo que hay a continuación, resume estas diversas atribuciones.
 
 

Babilonios Harrânianos Mavéric (1910) "Gettings" Guinard (2000)
LUNA Azul Blanco Blanco Blanco Blanco
SOL Amarillo Amarillo Amarillo Amarillo Amarillo
MARTE Rojo Rojo Rojo Rojo Rojo
MERCURIO variable Marrón Multicolor Marrón Marrón
VENUS Blanco Azul Verde Verde Verde
JÚPITER Naranja Verde Azul Azul-Violeta Naranja
SATURNO Gris Negro Negro-Castaño Gris Gris
URANO     Diversos Azul Azul
NEPTUNO     Malva Malva Violeta
PLUTÓN       Negro Negro
Ceres         Rosa

  La Semana planetaria y los Metales
"Hemos descubierto también que los siete metales de la tradición alquímica, es decir, la plata, el mercurio, el oro, el plomo, el hierro, el cobre y el estaño, producían variaciones muy particulares en la molécula de ADN." (Étienne Guillé)
     Los días de la semana, en la mayor plarte de las lenguas indo-europeas tienen nombres asociados a los planetas: lun-es (día de la Luna), mar-tes (día de Marte)... hasta el domingo, en inglés Sunday (día del Sol). Aunque este legado "astrológico" esté sólidamente anclado en nuestro vocabulario y en nuestra cultura, estas atribuciones no tienen estrictamente ningún valor astrológico, ya que éstas son el resultado de un simple procedimiento aritmético sin fundamento físico. La semana planetaria, atestiguado en el siglo II a. de C., sería de origen mesopotamio o sirio: los griegos y los egipcios, a diferencia de los pueblos semitas, no conocían la semana de 7 días. [18]
     Una aplicación directa de la semana planetaria aparece en el dispositivo "pseudo-astrológico" de las horas planetarias o cronocratorias, probablemente de origen egipcio: cada una de las 168 horas de la semana estaría gobernada por uno de los planetas del septenario, los planetas regentes de las horas se sucedían siguiendo el orden decreciente de sus revoluciones siderales, lo que permite a la primera hora de cada día estar regida por el planeta de este día siguiendo el dispositivo de la semana planetaria. Así, la primera hora (la del amanecer del sol) del sábado está regida por Saturno, la segunda por Júpiter, la tercera por Marte, hasta la séptima regida por la Luna. La octava, como la quiceava y la veintidosava están de nuevo regidas por Saturno, la veintitresava por Júpiter y la veinticuatroava por Marte, lo que lleva a la primera hora del domingo, regida por el Sol, después a la primera hora del lunes, regida por la Luna, hasta la primera hora del viernes, regida por Venus.
     Otra aplicación artificial de la semana planetaria se encuentra en el dispositivo de las faces, o decanatos zodiacales regidos por los planetas: cada uno de los 36 decanatos estaría gobernado por un planeta del septenario según el mismo orden decreciente de sus revoluciones siderales, comenzando en esta ocasión por Marte, domicilio y regente del primer decanato de Aries, lo que conduce a Mercurio, regente del primer decanato de Tauro, a Júpiter para el primer decanato de Géminis, hasta Saturno, Júpiter y Marte para los primer, segundo y tercer decanato de Piscis. Así, los planetas que gobiernan los primeros decanatos de los signos zodiacales se suceden siguiendo el orden de la semana planetaria, de Marte (martes) en Aries, hasta la Luna (lunes) en Libra, después Marte de nuevo en Escorpio hasta Saturno en Piscis.
     Esta teoría es tan artificial que sincretiza dos dispositivos de origen aritmético: el de la división decanal del zodíaco, y el de la semana planetaria. Más generalmente, y lo mostraré a continuación, el conjunto de las teorías de naturaleza numerológica, probablemente fabricada en los medios sincretistas y herméticos greco-egipcios, lejos de marcar un progreso de la astrología, son una marca de su degradación. El positivista Bouché-Leclerq (1899) tiene muy fácil el estigmatizar la astrología en su conjunto a través de tales elucubraciones, y Françoise Scheneider-Gauquelin preconiza abandonar una parte de estos modelos para volver a una astrología experimental y de observación, probablemente la que se practicaba en Mesopotamia algunos siglos antes. [19]
     Aunque la semana planetaria y las teorías astrológicas derivadas no tengan ningún valor astrológico probatorio, la serie planetaria "artificial" ha servido probablemente para codificar un conocimiento que lo es mucho menos, a saber, el de los metales asociados a los planetas. Los principales metales conocidos en la Antigüedad, excepción del zinc, han sido asociados a los siete planetas conocidos: el oro al Sol, la plata a la Luna, el hierro a Marte, el cobre a Venus, el estaño a Júpiter, el plomo a Saturno y el mercurio a Mercurio, probablemente en una época en la que la alquimia mantenía una estrecha relación con la astrología. Como lo ha mostrado el astrólogo Dom Néroman (1884-1953), es probable que la disposición de la semana planetaria haya codificado simbólicamente el orden de las revoluciones siderales de los planetas, como el de los números atómicos de sus metales asociados. [20]  En efecto, se puede deducir de la serie circular o heptagrama (Saturno, Sol, Luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus), otras dos series, y solamente dos: una comenzando por la Luna y saltando cada vez un planeta (como en el juego del Salto de pídola), la otra tomando a Marte como punto de partida y saltando dos planetas.
     La primera serie (Luna, Mercurio, Venus, Sol, Marte, Júpiter, Saturno) ilustra el orden de las revoluciones siderales planetarias, conocidas después de mucho tiempo en Mesopotamia [21] , la segunda (Marte, Venus, Luna, Júpiter, Sol, Mercurio, Saturno) el orden de los números atómicos de los "metales planetarios": Hierro (26), Cobre (29), Plata (47), Estaño (50), Oro (79), Mercurio (80), Plomo (82). Señalar también que los metales planetarios tienen una conductividad térmica decreciente (o una resistencia creciente) desde la plata al plomo (con excepción del mercurio que es un líquido), es decir, según el orden de las revoluciones siderales de los metales asociados a estos planetas. Por consecuencia, es muy probable que la semana planetaria haya servido a los sabios babilonios para codificar los conocimientos químicos que concernían a los 7 metales conocidos en la Antigüedad mediterránea, salvo un octavo metal, el zinc, no utilizado en el dispositivo.
     Lo que es notable en la elección de estos metales, y teniendo en cuenta el cuadro (establecido en 1869 y completado posteriormente) de Dmitri Mendeleïev, sabio del temperamento matricial si lo hay, son las relaciones entre los metales planetarios, dejando aparte el mercurio, metal al cual los harrânianos habían renunciado a atribuir al planeta neutro de la astrología griega. Así, los números atómicos de los metales planetarios verifican las relaciones siguientes: Cobre 29 (Venus) = Hierro 26 (Marte) + 3, Estaño 50 (Júpiter) = Plata 47 (Luna) +3, Plomo 82 (Sarturno) = Oro 79 (Sol) +3
     Admitiendo la atribución del mercurio a Mercurio, y siguiendo en esta lógica, se puede atribuir el Zinc, el metal de los reflejos azules y el único otro metal conocido en la antigüedad, a Urano, el primer planeta trans-saturnino, y, entre los demás metales descubiertos posteriormente (el antimonio en el siglo XV, el platino, el niquel, el bismuto, el cobalto y el tungsteno hacia mediados del siglo XVIII), el Cobalto a Neptuno y el Bismuto a Plutón, en razón de la preservación de la relación entre los números atómicos. [22]  Así, Zinc 30 (Urano) = Cobalto 27 (Neptuno) +3, y Bismuto 83 (Plutón) = Mercurio 79 (Mercurio) + 3.

Cuadro de los metales y colores planetarios
26
Fe
Hierro
MARTE
27
Co
Cobalto
NEPTUNO
28
Ni
Niquel
 
29
Cu
Cobre
VENUS
30
Zn
Zinc
URANO
31
Ga
Galio
 
32
Ge
Germanio
 
33
As
Arsénico
 
44
Ru
Rutenio
 
45
Rh
Rodio
 
46
Pd
Paladio
 
47
Ag
Plata
LUNA
48
Cd
Cadmio
 
49
In
Indio
 
50
Sn
Estaño
JÚPITER
51
Sb
Antimonio
 
76
Os
Osmio
 
77
Ir
Iridio
 
78
Pt
Platino
 
79
Au
Oro
SOL
80
Hg
Mercurio
MERCURIO
81
Tl
Talio
 
82
Pb
Plomo
SATURNO
83
Bi
Bismuto
PLUTÓN

    El examen de los números atómicos de los metales (o de sus planetas asociados) permite extraer las siguientes relaciones (sacando 20 de los 45 pares planetarios):
Luna + Saturno = Sol + Júpiter
Luna + Venus = Marte + Júpiter
Sol + Venus = Marte + Saturno
Mercurio + Urano = Neptuno + Plutón
Venus + Neptuno = Marte + Urano
Sol + Plutón = Mercurio + Saturno
Luna + Urano = Júpiter + Neptuno
Luna + Plutón = Mercurio + Júpiter
Mercurio + Venus = Marte + Plutón
Sol + Urano = Saturno + Neptuno
    Estas relaciones se derivan de la banda "circular" que sigue, en la que los planetas y sus metales asociados están situados en su sucesión cromática, los planetas de apertura arriba (colores cálidos) y los planetas de cierre abajo (colores fríos):
80
Hg
Mercurio
MERCURIO
79
Au
Oro
SOL
50
Sn
Estaño
JÚPITER
26
Fe
Hierro
MARTE
27
Co
Cobalto
NEPTUNO
83
Bi
Bismuto
PLUTÓN
82
Pb
Plomo
SATURNO
47
Ag
Plata
LUNA
29
Cu
Cobre
VENUS
30
Zn
Zinc
URANO
+ 3 + 3 - 3 + 3 + 3
    Tomando esta figura como un cilindro que se dobla y se cierra sobre sus extremos Mercurio-Plutón y Neptuno-Urano, encontramos que los pares planetarios se organizan en diagonal: Plutón-Sol, Saturno-Júpiter, Luna-Marte, Venus-Neptuno, y el par Urano-Mercurio que cierra el cilindro.
    Tenemos también: Marte + Neptuno = (Luna + Venus + Urano) / 2 = (Marte + Júpiter + Urano) / 2 = (Sol + Mercurio / 3 = (Luna + Saturno + Plutón) / 4 = 53
    Dicho de otro modo, dos relaciones armónicas unen los números atómicos de los metales planetarios, una entre los planetas de excitación o de apertura (con excepción de Júpiter), otra entre los planetas de inhibición o de cierre: Sol + Mercurio = 3 Marte + 3 Neptuno, y Saturno + Plutón = Luna + 2 Venus + 2 Urano.
     Ignoro si las diversas observaciones presentadas en este texto pueden ser del interés de los astrólogos. A la espera de un estudio estadístico sobre los colores elegidos por los pintores, saludo a los joyeros y les deseo excelentes negocios.

[1]  Conversations de Goethe avec Eckermann [entrevista del 19 de febrero 1829], tr. fr. Jean Chuzeville (1930), Paris, Gallimard 1949; 1988, p.285. « Texto
[2]  Goethe titula sus Memorias: Verdad y Poesía. « Texto
[3]  Conversations de Goethe avec Eckermann, op. cit., p.176. « Texto
[4]  Ibid., p.284. « Texto
[5]  Cf. "Vues générales internes", in Traité des Couleurs, tr. fr. Henriette Bideau, Paris, Triades, 1973. La obra tiene prefacio de Rudolf Steiner, del cual se puede leer la excelente obra escrita con "el espíritu" de su antecesor: La science de l'occulte, tr. fr. H. & R. Waddington, Paris, Triades, 1976. « Texto
[6]  Sobre el histórico de los colores, la teoría de Goethe, y sobre su distinción entre colores fisiológicos, físicos y químicos, cf. También el artículo Manlio Brusatin, "Colores (historia del arte)": "Una oposición radical, de naturaleza decididamente no científica, en la óptica de Newton se manifiesta con la aparición de la Teoría de los colores (Farbenlehre, 1810). En esta obra, Goethe se opone deliberadamente al carácter primario de la luz blanca y al carácter secundario delas sensaciones cromáticas. Negándoles una naturaleza abstracta, manifiesta al contrario su interés por la reconstrucción de una fisiología de la visión, que pasa por la subjetividad participante de quien percibe y la apreciación de los colores físicos comparados a los nuevos colores químicos. Para resumir las posiciones de Goethe, se puede decir que él habría deseado establecer un fundamento dialéctico a la "forma" de la percepción de los colores, y antes de cuestionar la pretendida unidad del blanco newtoniano. Ya que el color está indiferentemente ligado a la luz y a la oscuridad (el claro, blanco, y el oscuro, negro), es su mezcla, el gris y no el blanco, el que resume y funda en sí mismo todos los demás colores. Goethe explicará que los colores pueden ser fisiológicos: se trata de colores subjetivos, cuyo único intermediario es el sujeto que lo percibe; físicos: colores subjetivos u objetivos de intensidad variable y pasajera, que se obtiene por interposición de cuerpos transparentes o translúcidos; químicos: sólo colores objetivos, se fijan sobre los cuerpos y las sustancias de diversas naturalezas o son extraídos de ellas." (in Encyclopaedia Universalis, vol. 6, 1997). « Texto
[7]  Cf. El curso del 19 de mayo de 1981 que Gilles Deleuze, en Saint-Denis, consagró a esta cuestión. Probablemente transcribiré este curso en la web del C.U.R.A., ya que formé parte de los debates. « Texto
[8]  Brent Berlin & Paul Kay, Basic color terms: Their universality and evolution, Berkeley, University of California Press, 1969; 1991, p.2. « Texto
[9]  Ibid., p.3. « Texto
[9B]  Nota de Junio de 2001: Graham Douglas atrajo mi atención sobre sus diversos artículos que tratan sobre la distribución estructural de los colores: Greimas's semiotic square and Greek and Roman astrology (in Semiotica, 114.1/2, 1997), Color-term connotations, planetary personalities, and Greimas's square (in Semiotica, 115.3/4, 1997), Why is Venus Green? - A morphological approach to Astrology (in Correlation, 18.1, 1999), Catastrophes in semantic space: Signs of universality (in Semiotica, 132.3/4, 2000). Aunque su organización cuatripartita de los colores no sea la mía, el conjunto de esta reflexión, obtenida principalmente del análisis comparativo de las culturas, es digno de interés. En Correlation, Douglas define perfectamente para la investigación, esta tercera vía/voz que yo preconizo después de la apertura del C.U.R.A.: "We can also identify a new approach to astrological research, based in anthropology, history and cultural studies, which cannot be easily assigned to either side of the divide between objective-physical-scientific research into natural astrology versus subjective interpretation of charts by astrologers, or judicial astrology." (p.16) Igualmente Christopher Bagley, en el mismo número: "My final conclusion is to emphasise, once again, that astrological research and counselling must be integrated within the mainstream social and psychological sciences, in the fullest understanding of human motivation and behaviour." (p.38). El artículo de Douglas nos procura, por otro lado, algunas preciosas referencias bibliográficas, entre ellas: Marshall Sahlins, "Colors and Cultures" in Symbolic Anthropology, J.L. Dolgin, D.S. Kemnitzer & D.M. Schneider (eds.), New York, Columbia University Press, 1977; Paul Kay & Charles MacDaniel, "The linguistic meaning of basic color terms" in Language, 54, 1978; y Robert MacLaury, "From Brightness to Hue: An explanatory model of color-category evolution" in Current anthropology, 33 (2), 1992. « Texto
[10]  Cf. mi Esquema del Planetario (08taiki.gif), in El Planetario, http://cura.free.fr/esp/13planet.html, 10-2000. « Texto
[11]  Cf. el tratado De la naturaleza del hombre (antes del 400 a. De C.), atribuido por los griegos a Hipócrates o a su yerno Polybe, y su análisis por Raymond Klibansky, Erwin Panofsky & Fritz Saxl: Saturne et la melancolie, London, 1964, tr. fr., Paris, Gallimard, 1989. « Texto
[12]  Cf. Patrice Guinard, El Planetario, http://cura.free.fr/esp/13planet.html, 10-2000. « Texto
[13]  Jean Mavéric, La lumière astrale (Traité synthétique d'astrologie judiciaire), Paris, Daragon, 1910; Nice, Belisane, 1979, p.21. Sobre este autor, cf. Jacques Halbronn (colaboración de Patrick Curry y Nicholas Campion), La vie astrologique il y a cent ans (d'Alan Leo à F. Ch. Barlet), Paris, La Grande Conjonction / Trédaniel, 1992, p.76-79. « Texto
[14]  Fred Gettings, The Arkana dictionary of astrology, London, Routledge & Kegan Paul, 1985; éd. rév., London, Arkana, 1990, p.378-379. « Texto
[15]  Cf. Françoise Gauquelin, "Jupiter's real nature" (capítulo 10), in Psychology of the planets, San Diego (Calif.), ACS Publications, 1982, p.61-64. « Texto
[16]  Cf. Rumen Kolev, Some Reflections about Babylonian Astrology, http://cura.free.fr/decem/09kolev.html, 11-2000. « Texto
[17]  Cf. D. Chwolsohn, Die Ssabier und der Ssabismus, St Petersburg, 1856, vol. 2, p.382-398, y Michael Baigent, From the omens of Babylon, London, Arkana - Penguin, 1994, p.186-187. « Texto
[18]  Cf. Franz Cumont, Astrology and religion among the Greeks and Romans, trad. angl., 1912; New York, Dover, 1960. Sería de origen judío según S. Gandz ("The origin of the planetary week", in Proceedings of the American Academy for Jewish Research, 18, 1949). « Texto
[19]  Cf. Françoise Gauquelin, "The Greek error or return to Babylon" in Astro-Psychological Problems, 3.3, 1985. « Texto
[20]  Cf. Dom Néroman, Grandeur et pitié de l'astrologie, Paris, Sorlot, 1940, p.39-47. « Texto
[21]  Los astrónomos babilonios elaboran relaciones de observación astronómica a partir del año 700 a. de C., y poseen ya en esta época un conocimiento satisfactorio de las órbitas y de los ciclos planetarios (cf. Bartel van der Waerden, "Babylonian astronomy", in Journal of Near Eastern Studies, 8, 1949, y Abraham Sachs & Hermann Hunger, Astronomical diaries and related texts from Babylonia, Wien, 1988, vol. 1). « Texto
[22]  Étienne Guillé apunta la atribución moderna del Zinc a Urano, pero del Cobalto a Plutón y del Manganeso a Neptuno (in L'alchimie de la vie (Biologie et tradition), Monaco, Le Rocher, 1983, p.70. « Texto


 http://cura.free.fr/esp/14placom.html

viernes, 29 de mayo de 2015

La Astrología y el paradigma científico. Una reflexión.








Me encuentro con  el  esfuerzo de las nuevas tendencias en Astrología ( Astrología  que yo llamo psicologista ), de meter a la Astrología dentro del paradigma científico.

Como si eso fuera a darle más legitimidad o credibilidad.

Sin embargo el debate de fondo es que el paradigma científico, ni lo explica todo, ni es la panacea universal.

Por eso mismo opino que esa " necesidad " de " normalizar " a la Astrología, lo único que hace es desvirtuarla,  es decir anular su esencia.

La  Astrología es muy anterior al paradigma científico, y para contactar con ella debemos revisar la Historia y aprender a mirar con otros ojos.

Y no porque la Astrología sea algo que pertenezca al pasado y sea como una antigualla, sino porque está encuadrada históricamente dentro de otro paradigma.

Un paradigma que hoy podríamos llamarle " holístico ",  pero que viene de una tradición muy antigua y rica en Sabiduría.

" Sabiduría ", palabra mágica y hoy tristemente  devaluada.

Como dijo Machado : " todo  necio confunde valor y precio ".






jueves, 28 de mayo de 2015

Si te respetan como astrólogo, respetarán a la Astrología. Una reflexión.







Estaba pensando en la poca acogida que tiene actualmente la Astrología y esto es porque la han banalizado y han abusado de ella.

Así pues vivir de la Astrología hoy en día no es tarea fácil, a no ser que te hayas ganado una reputación.

La reputación no se obtiene en un día ni en dos, sino con la labor continuada de años, asimismo dicha reputación que tanto ha costado de conseguir, se puede perder en un día o en dos.

Paradojas de la vida.....

Partiendo de la base de que somos humanos , y erramos , yo creo que los astrólogos debemos ser ante todo, honestos.

Reconocer nuestras limitaciones y focalizar todas nuestras energías en la atención y apoyo de aquellas personas que nos consultan.

Y ahí creo que entra en juego la ley del karma.....si nuestra labor es honesta eso repercutirá positivamente en nuestras vidas, pero si es fraudulenta acabará pasándonos factura.

El discurso de fondo de esta reflexión es una defensa de la Etica como premisa básica en nuestra práctica diaria.

Y también una voluntad de aprender cada día más a fin de poder asesorar con mayor precisión a las personas que lo requieran.











El Sol: Un Yo... ¿hecho a imagen y semejanza de quién?. Por Alejandro Fau.







El Sol: Un Yo... ¿hecho a imagen y semejanza de quién?

Autor:

El yo es el rostro visible del "gran hacedor". Es él quien toma la sustancia intangible de una idea o emoción y la plasma de una u otra manera, no importa si bien o mal, y la vuelve “realidad” en la materia. Mas su singularidad creatividad y arte para hacerlo consiste solo en su capacidad y exclusivo modo de expresar su ser sí-mismo. El yo, ego, persona... ¿a qué necesidad obedece su mera existencia? Es la Voluntad la energía que lo impulsa a existir psíquicamente, la manifiesta sola simple y pura pulsión de ser. Pues el Yo no existe por sí mismo, es tan solo un artificio del Alma que somos.
Alejandro Fau | El Sol: Un Yo... ¿hecho a imagen y semejanza de quién?
El yo cumple la función ejecutora auto-consciente del nosotros. El yo es parte esencial del Hacedor que somos. Mas un hacedor que solo se repite, un hacedor dormido digamos, deja en ese mismo acto de ser quien es para ser solo una viva máquina, tan solo un cuerpo sensorio y material maravilloso. Una maravillosa máquina programable sin más voluntad que su instinto de conservación y más cerebro consiente que un nunca saturado Gran Banco de Memorias solo capaz de repetir ad infinitum cualquier cosa en más de lo mismo. Pues el yo es tan solo un arquetipo en nuestra psique que... ¿que qué es un “arquetipo”?, pues simplemente un software, una maquinaria virtual, una herramienta psíquica del Sí-mismo que en verdad se es. El yo es tan solo el instrumento por el cual se manifiesta e interactúa con el mundo la creativa totalidad de nuestro Ser. El yo es ese "psico-software" que manipula la consciencia revolviendo en la creciente bolsa de su inconsciente psíquicas y emocionales cosas para extraerlas y manifestarlas a la luz. Aporta en su hacer su propia luz, disipando así las tinieblas que nos ocultan la inmensidad de lo que es inconsciente trascendente y colectivo. Pues el yo, es tan solo nuestra “interfaz” con el Mundo. Es tanto lo que mostramos de nosotros al Mundo como lo que el Mundo nos muestra de sí. Es un filtro, una lente espejada por medio de la cual interactuamos y por medio de la cual somos recreados por, y al mismo tiempo que, nosotros recreamos y creamos y construimos todo ese Mundo sustancial en que existimos.

Sol¿Suena muy complicado? Veámoslo de éste modo. La máquina que estás utilizando para leer esto posee algo llamado Sistema Operativo. Él es el intermediario entre tú y la máquina, sea un PC o un Teléfono Inteligente. El lenguaje de la máquina no es compatible con nosotros así que necesitamos de un interprete, un traductor, para que le diga a la máquina qué es lo que queremos que ella haga. Hay muchos sistemas operativos, los más conocidos son Windows, OS X (el utilizado por la compañía de la manzana -Apple-), Linux, Android, etc, etc... Es un “software”. Un software muy particular por cierto, ya que también utiliza y manipula otras herramientas, otros softwares, para realizar las tareas que queremos ejecutar como tocar música, enviar y recibir correo, escribir, leer, dibujar, ver películas, interactuar con otros, etc, etc, etc. Él es quien coordina, ordena y asigna las prioridades a los diferentes programas que se ejecutan en nuestra máquina. Pues bien... el Sol hace exactamente lo mismo con nosotros, pues él es el Sistema Operativo del Ser que somos. Él coordina, ordena y asigna prioridades a las distintas herramientas de las que disponemos... y esto es, ni más ni menos en términos astrológicos, que el resto de los Planetas que vemos en un Mapa Natal.

Sol-1Hay diferentes tipo de Soles, según hemos visto y estudiado en nuestras clases de astrología: Soles en Aries, en Tauro, en Cáncer, Libra, Capricornio, etc... que definen los tipos de cualidades esenciales del modo básico que tenemos de operar. Para seguir con nuestro ejemplo, cuando decimos: Soy de Aries o soy de Escorpio, o cualquier otro, es comparable a decir: Soy un tipo de Windows, o de OS X, o soy de Solaris (que es otro Sistema Operativo)... pero eso no somos en realidad nosotros, sino que tan solo es una máscara, una interfaz, por medio de la cual operamos en el mundo. No define en modo alguno lo que somos sino tan solo la modalidad por medio de la cual interactuamos con los otros y con el universo. El Sol es, así pues, un software complejo. Pero hay diferentes niveles de Sol en cada modalidad de expresión (léase Signo Zodiacal) y no todos funcionan de igual modo. El tipo más común de Solaridad que conocemos es lo que en psicología se denomina Ego, y es el estrato más bajo de esa escala cualitativa de la energía solar. El ego es tan solo el estadio lunar del Sol, decimos en astrología, es el “hacedor” de la Luna y su esclavo. Es la “personalidad” infantil, eternamente supeditada a la Madre para poder sobrevivir... y su madre es el instinto, un modo de reaccionar a lo conocido. La Luna es otro tipo de “software” pre-instalado con que ya viene equipado el individuo y que hace tanto a su auto-conservación como al control automático de la respiración, el ritmo cardíaco, la digestión y otras acciones reflejas para su necesario discurrir y desarrollo por el mundo de la materialidad del ser. Es la Luna nuestro Sistema Nervioso Simpático y Parasimpático en la materialidad de nuestra voluntad y pensamiento. El Nervioso Autónomo, como gustan denominar algunos especialistas. Este estadio solar también es el que se reconoce como “Yo” cuando se señala a sí mismo con el dedo, y que creé ser único e independiente de todo, claro, hasta que las cosas se le ponen muy feas y complicadas y sale corriendo a llamar a su mamá para que le diga qué hacer.

dif-osYa dije que el Sol es un “Sistema Operativo” y/o un “Arquetipo”, y cualquiera que sepa de informática o de psicología sabe que estos simples conceptos encierran una profundidad muy muy compleja, y que no siempre ella queda clara para quien pretende estudiar la astrología pero ignora completamente éste hecho al tener un conocimiento muy superficial de estas otras materias. También muchos de los que saben más de Informática o de Psicología no prestan la debida atención a estos conceptos cuando abordan la temática astrológica, ya que no se han detenido a pensar lo suficiente en las posibilidades que estos dos simples conceptos encierran, y que pretendo dejar en evidencia por medio de mostrar algunas analogías. En primer lugar, no todos los Sistemas Operativos son iguales ni evolucionan de igual modo. Más allá de que existen Sistemas Operativos para diferentes tipos de hardware (teléfonos, PC's, Súper Computadores, etc.), podemos diferenciar a éstos por su capacidad o no de relacionarse entre sí, y el modo, si es que éste existe, de vínculo que pueden desarrollar entre ellos. Por decirlo de manera simple, hay sistemas operativos egoístas y sistemas operativos cooperativistas. Los primeros se ocupan de sí mismos, de un modo bastante paranoico a decir verdad, mientras que los segundos son capaces de adaptarse a las necesidades del conjunto con quien están relacionados para lograr mejores resultados. En segundo lugar, podemos diferenciarlos por su capacidad evolutiva. Mientras que los Sistemas Operativos de estructura privativa, los egoístas, solo cambian cuando su Mamá se los permite y del modo en que ella les dice (léase el fabricante de dicho software); los Sistemas Operativos Abiertos, los cooperativistas, pueden cambiar cuando les plazca, ya sea por su propia necesidad específica y a través de su propia creatividad para lograr una mejora, o incorporando mejoras y/o nuevas funcionalidades que cualquier otro hubiese desarrollado sin importar que su Mamá esté de acuerdo o no con ello. Nosotros elegimos, en la mayoría de los casos, que Sistema Operativo queremos, para nuestro dispositivo tecnológico en cuestión, dependiendo de nuestras propias necesidades y de la utilización que hagamos de él.

En el caso del Arquetipo Solar sucede lo mismo, solo que, inicialmente, todos traemos un “arquetipo solar básico” pre-instalado y, éste, es egoísta. Esto obedece a razones que hacen a nuestra propia supervivencia inicial mientras desarrollamos nuestro vehículo corporal (nuestro hardware biológico) de manera completa para valernos por nosotros mismos en el mundo. Luego depende de cada uno el cambiarlo o no, aunque de todos modos se irá complejizando con el correr del tiempo. Comúnmente nos referimos a estos cambios como: “mutación del arquetipo solar”, o “elevación de la vibración del arquetipo solar” según sea el caso. En informática sería, ya un cambio total del Sistema Operativo empleado, o de un simple Upgrade del mismo (una actualización, que por lo general es meramente cosmética y con pocos o ningún cambio significativo). Intervienen aquí factores externos que influyen, y mucho, el que éstos cambios sean deseables y se produzcan o no, individualmente. En ambos casos, tanto en lo psíquico como en lo tecnológico, los factores económicos imperantes y la cultura en que el individuo vive y se desarrolla, son, si se quiere, determinantes a la hora de propiciar o entorpecer dichos cambios.

Esquema-basicoUna personalidad “dormida” ignora completamente éstas posibilidades de su propio desarrollo, e incluso las que implican a sus dispositivos tecnológicos. Su propia “madre interna” (su Luna) niega la posibilidad de otra opción más que la que actualmente existe, propiciadas por el temor al cambio inherente a la energía Lunar, salvo, quizá, por aquellas que siguen su mismo esquema privativo básico disfrazando esto como una mejora. Un ejemplo de esto, a nivel tecnológico, son aquellas personas que logran diferenciar entre “Windows”® y “Apple”®, y su elección entre uno u otro depende solo de una cuestión de lograr mayor o menor “prestigio personal” en la escala de la clase económica a la cual aspiran socialmente, o de su “profesionalidad”, remarcando así su “exclusividad” y “pertenencia” a circuitos que lo separan de la mayoría (cualidades, ideas y palabras absolutamente Lunares y egoístas si las hubiere). Cierto es que estos temores al cambio son de continuo propiciados y exacerbados en un grado extremo tanto por la publicidad global, la cultura a la que se pertenece y la educación de la que son producto, que así mismo siguen la pauta básica de perpetuarse indefinidamente y sin cambios; pero eso no evita la aparición de nuevas formas, posibilidades y adherentes a las mismas que con el tiempo las desmoronan y reemplazan, ya que, sin ellas, la evolución natural y de la vida serían imposibles de otro modo en el universo en que vivimos. Los modelos Solares de la sociedad, histórica y moderna, fomentan el egoísmo de modo inocultable y manifiesto, exaltando como supremos valores morales causas como el nacionalismo, la pertenencia religiosa y de clase, que irremediablemente desembocan en los diversos tipos de xenofobia y discriminación que retroalimentan, en un círculo vicioso, ésta dinámica a fin de sostenerla en el tiempo.

DistrosUn hecho notable en las últimas décadas a nivel tecnológico, y que ponen de manifiesto la mutación a nivel global del Arquetipo Solar Básico, es la aparición y veloz desarrollo y propagación de los Sistemas Operativos Abiertos y el movimiento mundial de Software Libre. Estas opciones tecnológicas nacen como respuesta al egoísmo de las grandes Corporaciones que pretenden sumir en una eterna dependencia a los usuarios y consumidores de tecnología para mantener e incrementar su poder económico y de control sobre los individuos (un verdadero y claro ejemplo de Mega Lunas-Plutón a nivel planetario). Son, estos softwares, una manifestación muy clara de la energía Acuariana en la cual nos vemos cada vez más inmersos. Como contraposición a los Sistemas Operativos tradicionales -egoístas- (diseñados por un programador en particular, o por un número muy acotado de ellos, para controlar un aparato individual específico), estos Sistemas Abiertos -cooperativistas- fueron creados para operar en red con la habilidad y flexibilidad de operar desde un aparato individual específico a un conjunto indeterminado de éstos sin importar sus diferencias de prestaciones, tamaño, importancia o procedencia, como si fuesen uno solo. Operan tanto un simple teléfono celular como tu propio computador personal, un súper computador bancario, el mismísimo LHC (el Gran Colisionador de Hadrones) o la Internet; de hecho más del 95% de los Servidores de la gran red de redes opera con éste tipo de software por ser más sólido y seguro que cualquier otro y pueden comunicarse e interactuar con cualquier otro Sistema Operativo que ya exista o se desarrolle en el futuro. No se trata ya de un artilugio creado, mantenido y mejorado por un individuo o un selecto y acotado grupo de personas, sino por millones de ellas a lo largo y a lo ancho de todo el mundo colaborando entre sí. Todos pueden participar en su mejora y desarrollo, incluso tú, y cualquiera puede agregar y crear nuevas y mejores herramientas y funcionalidades dependiendo de sus necesidades particulares o generales que surjan en el futuro. ¿Te parece demasiado maravilloso para ser cierto? Pues agreguemos algo más... son prácticamente inmunes a los virus e intrusiones de cualquier tipo (se los define como “sistemas monolíticos”) y la mayoría de ellos, son gratuitos.

NuevoSolLo anterior habla a las claras de una mejora sustancial en la consciencia humana que sin lugar a dudas redundará en la mutación del Arquetipo Solar Básico pre-instalado con que vengan equipadas las nuevas generaciones a futuro. De momento, somos nosotros quienes debemos propiciar y efectuar este “salto” evolutivo en nuestra consciencia. Para ello debemos estar predispuestos y abiertos al cambio liberándonos de prejuicios y temores continuamente retroalimentados por la Luna. Permanecer atentos y alertas a la aparición interna o externa de esos mecanismos modelados por el conformismo y la comodidad de la fuerza de la costumbre que impiden nuestro crecimiento y desarrollo como seres plenos para enfrentarlos con decisión y valentía. Ser conscientes de que por no “pertenecer” aún así no estamos solos, y que la colaboración, solidaridad e intercambio en términos de igualdad son esenciales para nuestro crecimiento real como individuos y como sociedad para avanzar hacia un nuevo amanecer. Y para terminar algo para reflexionar... como cada hecho externo tiene su correspondencia interna en nuestra propia energía, ahora dime... ¿Cuál es tu Sistema Operativo?




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