jueves, 8 de enero de 2015

Historia de la Astrología : El gran imperio de la mentira. Por Alejandro Fau








Historia de la Astrología: El Gran Imperio de la Mentira.

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Hace poco, en una fortuita reunión con motivo del cumpleaños de un amigo común, charlaba con un profesor de una muy reconocida universidad europea sobre la increíble proliferación de Universidades Públicas en nuestro país en la última década, y del impacto social que ello constituía en la calidad de vida de la población. “Creo que es algo muy peligroso”, dijo, “pues hoy se pierde más de lo que se gana.”, concluyó mientras masticaba reflexivamente mirando las chispas que ascendían desde el fuego para perderse entre la negrura profusamente estrellada de la noche patagónica. Tras una breve pausa para tragar y beberse un trago de vino, agregó, mostrándome el mutilado Chorizo entre los panes que sostenía en su mano: “Así, en dos generaciones esta exquisitez desaparecerá para siempre y será reemplazada por un 'Big Mac' con forma de salchicha. El mundo necesita más Sabios como el que creó ésto, no más idiotas titulados que perpetúen las falacias creadas en el pasado para ocultar la verdad.”
 
Alejandro Fau | Historia de la Astrología: El Gran Imperio de la Mentira.
Solo las mentes pequeñas quieren tener la razón siempre.
Luis XIV – Rey de Francia (Siglo XVII)


Se presupone que alguien serio, culto e informado debe reunir ciertas características fundamentales para ser considerado como tal. Un Académico no es tal si de lo que dice, el otro, el vulgar profano, entiende inmediatamente más del 40% de sus palabras, citas, conceptos o nombres de personas que usa como argumentos para demostrar o referirse a un algo. Un Académico no es tal, si en sus escritos los pies de página citando antecedentes y fuentes no constituyen al menos el 75 % del volúmen total del texto que figura en sus trabajos. Un Académico no es tal, si no tartamudea aunque sea un poco o, al menos, si su alocusión no suena como si tuviera un puñado de escarabajos vivos en su boca intentando devorar su lengua. No importa si habla de Matemáticas, Leyes, Economía, Política, Física de Alta Energía, de Biología o... de Astrología, si vamos al caso. Cualquiera que no reúna estas características es, sin lugar a dudas, un mequetrefe o, a lo sumo, un pobre alucinado que no merece la más mínima atención o crédito alguno. Lo mismo sucede con su apariencia exterior. Un Académico es tal solo si está correctamente enfundado en un oscuro traje de tres piezas y tiene el cuello rígido firmemente atenazado por una sobria corbata con el emblema de su Universidad o, muy excepcionalmente, por una triste 'pajarita' que le de un aire de inofensiva inocencia sumisa, -y si tiene la desgracia de ser mujer, pues es mucho peor, ya que su apariencia nunca podrá ser alegre o siquiera femenina y deberá de imitar en todo lo posible la incómoda indumentaria anteriormente descrita para sus pares masculinos, amén de ser al menos el doble de inteligente (?) y fanática que ellos- si es que quiere ser tenido en cuenta en cualquier conversación considerada 'importante'. Un Académico solo puede referirse a lo que fue y nunca a lo que es a menos que sea igual a lo que ya ha sido, caso en el cual será asumido no solo como válido sino como 'reveladoramente' cierto cuando se hagan las pruebas y comprobaciones correspondientes, lo que puede llegar a tardar algunos años. En resumen, solo se será alguien creíble si se habla de algo de lo que ya mucho se ha hablado, descrito, escrito, probado y aceptado como “verdadero” antes de que él mismo naciera sino, es mejor que cierre el pico. Patético ¿verdad? Pues así es como funciona nuestro mundo del conocimiento y pensar lo contrario es, cuanto menos, pecar de iluso.


¿A qué obedece que lo anterior sea así? Pues a muchas causas. La principal es que esa es la “figura de autoridad” que nos fue implantada en el inconsciente durante casi 2 milenios por quienes históricamente han detentado el Poder del Conocimiento para poder mantener su posición dominante eternamente. El mejor modo de que ésto suceda es, pues, que nada cambie. A menos que sea en provecho de los poderosos, claro. Tal es el origen y razón de ser de las denominadas Instituciones Fundamentales de Poder (a saber: Gobierno, Iglesia y Fuerzas Armadas), que se replican y espejan en cualquiera otra que pueda ser concebida como tal. ¿Se han fijado que si bién en apariencia hemos evolucionado mucho tecnológicamente, socialmente estamos igual que hace tres milenios? Abajo quienes trabajan y sufren, por sobre éstos los estudiosos y sapientes que pergreñan y filtran lo que le “conviene” saber, y lo que no, al pueblo (los científicos diríamos hoy), luego como barrera de contención ante cualquier discenso están las fuerzas armadas, y por encima de ellos quienes gobiernan y disfrutan de todos los beneficios logrados por el esfuerzo conjunto (los Capitalistas, Reyes -hoy día también la clase “política” de orden superior- y la Jerarquía Eclesial) Aquellas instituciones que regulan (y reglamentan) el conocimiento son solo un ejemplo de esa misma estructura, y son el filtro previo indispensable a atravesar para acceder a cualquiera de las Instituciones Fundamentales de la tan mentada “Democracia Moderna”; amén de ser en sí misma una poderosa herramienta de control de la población retrasando, o directamente impidiendo, su normal desarrollo intelectual instruyéndola, y no educándola, hacia lo conveniente. ¿Pero qué es lo conveniente? Pues, según el estado actual de las cosas en el Mundo, hoy lo conveniente es... consumir. Consumir, consumir, consumir. No importa qué o para qué, sino consumir cada vez más y más. El conocimiento real sigue siempre en manos de unos pocos, y el resto es adoctrinado solo con retazos de verdades que ayudan a perpetuar la ignorancia y la obediencia sin ningún tipo de discusión. Los jerarcas de éstas instituciones son quienes garantizan que nada cambie... ¿Alguna vez se preguntaron de dónde viene la costumbre esa de usar “togas” en los graduados universitarios, por ejemplo? Las primeras Universidades Occidentales fueron creadas allá por el Siglo XII por la Iglesia Cristiana, históricamente poseedora y guardiana del conocimiento. Una de las materias obligatorias, y fundamentales por supuesto, era la Teología (también la Astrología, pero ya volveremos a ello). Por tanto los “graduados”, los tan mentados primeros “doctores”, eran indefectiblemente también ordenados como sacerdotes y se los investía con el uniforme eclesial que los distinguía como propios, y eran de allí en más considerados como los soldados del ejército intelectual de la Iglesia que garantizarían la prevalencia de la fe... y de su muy conveniente dogma, claro. Pues bien, hoy, aunque sagazmente encubierto, todo ello también sigue exactamente igual que antes.


Muy cierto es que ha habido grandes avances y cambios en tanto el pensamiento y el modo en que se encara el conocimiento por parte de las instituciones a lo largo de la historia. Sin dudas uno muy, pero muy importante ha sido allá por mediados del Siglo XVII justamente durante el reinado de quién citamos al inicio de éste artículo, “El Rey Sol” (Luis XIV de Francia), y que sirvió de disparador para que un siglo más tarde el tsunami del Iluminismo arrasara a Occidente y que, literalmente, transformara el Mundo y sus Instituciones (Sí, sí... Plutón por aquella época estaba en Géminis, ¡casualmente!). Joannes Baptiste Colbert, Jefe de Gabinete y Ministro de Hacienda del Reino de Francia, por orden de Le Roi crea la Academia de Ciencias de Francia con la idea de apartar a la Iglesia del monopolio en la generación y distribución del Conocimiento que detentara hasta entonces. Monsieur Colbert era simplemente eso, el Señor Colbert, no era Conde ni Duque ni Marqués; no era un noble en absoluto, provenía de los estratos más populares del reino y llegó a ser, oficialmente después del Rey claro, el hombre más poderoso de Francia. Pero... ¿por qué ocupaba un puesto tan importante si no pertenecía a la aristocracia? Pues bien, si debemos creer las propias palabras de Luis XIV, porque era el hombre más condenadamente inteligente de toda Europa. Todo lo erudita y astutamente inteligente que pudiera serse en el Siglo XVII, obviamente, y además, porque odiaba tan profundamente al Estado Papal como el mismo Rey. (También porque el Reino de Francia, y el propio Rey, le debían incontables sumas de dinero... pero eso es otra historia) Su reforma del sistema educativo fue muy muy profunda y radical, con él comienza la Enseñanza Laica en todo el continente y se prohibe la enseñanza de la Astrología en las Universidades de Francia (medida que inmediatamente es asumida en toda Europa Continental e Insular, y también, paradógicamente, en los Estados Pontificios). Pero la “Astrología” no desaparece por ello de los claustros totalmente sino solo parte de ella, aunque sí dejará de enseñarse como un todo de allí en más. Es desmembrada en tres partes: Matemáticas, Astronomía y Filosofía, y el “Arte” (aquello que la amalgama y le brinda su profunda coherencia) fue desterrado y catalogado como mera superstición y arrojado, junto con todos sus tratados oficiales de estudio, en una hoguera. ¿Debiéramos condenar como astrólogos a Jean Baptiste por ello? Bueno, pues sí... y no. Porque, aunque les cueste creerlo, también nos hizo un gran favor haciendo lo que hizo.


A partir de la Gran Quema de los tratados de estudio y del paso a la clandestinidad de la Astrología, los nuevos astrólogos debieron procurarse los textos nuevamente volviendo a las fuentes, y con ello descubriendo muchas buenas nuevas, otras no tan buenas ni nuevas, y, como siempre, algunas muy terribles cosas. De entre ellas la más terrible de todas era que la enseñanza “oficial” del último medio milenio era, simplemente, basura... Las pruebas de ello las encontraron tanto en sus viajes a las remotas tierras del Mediterráneo Oriental, como dentro de las bibliotecas de los mismos monasterios europeos donde siempre habían estado, esos lugares en donde abnegados monjes en su mayoría analfabetos copiaban los libros que los traductores les entregaban para ser distribuídos en las Universidades de Europa. Ante la desaparición de las copias en latín, que obviamente habían sido quemadas, aquellos que tenían la capacidad de leer griego, siríaco y árabe, descubrieron que aún existían textos originales archivados allí pese a la prohibición que pesaba sobre ellos. Durante este turbulento período del que hablamos, finales del Siglo XVII y pricipios del XVIII, tiene origen una fractura importante dentro de la Astrología que permanece hasta nuestros días. Por un lado quedaron aquellos que habiendo rescatado de la hoguera los textos “oficiales” se dedican a perpetuar la fantasía academicista “tradicional y erudita” que continúa hasta hoy, y que podríamos denominar como la corriente de “los medievalistas católicos” -aunque no profesen esa religión- y que son los más típicamente fatalistas (entre ellos los astrólogos predictivos con gran acento e insistencia en los cálculos matemáticos, puntos virtuales, kármicos, y etc.); y por el otro lado la corriente de “los herejes”, que son quienes siguen refinando y desarrollando el saber antiguo y que paradógicamente son los más modernistas (Los astrólogos humanístas, los ciencistas, etc.). Es muy fácil identificarlos tanto en aquella antigua como en ésta moderna época en que vivimos por sus objetivos mundanos con el arcano Arte: Para los segundos es el ansia del Conocimiento puro y el lograr el completo desarrollo del Ser Humano; para los primeros, vincularse estrechamente con el Poder, gobernar sobre la voluntad de otros, y procurarse para sí una gran fortuna. Una división que también subyace en tantas otras áreas del conocimiento, por cierto, como en la denominada “Ciencia” de hoy en día, heredera del conocimiento academicista universitario post-astrológico; mientras que algunos ven en cada nuevo descubrimiento el potencial para ayudar a toda la humanidad, otros solo pueden ver una nueva arma para destruír a sus enemigos o la oportunidad de ganar muchísimo dinero guardandolo solo para sí...


Pero mejor sigamos avanzando con lo nuestro. Entre esos originales que encontraron nuestros antecesores había tanto textos que nunca fueron traducidos y que habían sido previamente expurgados y totalmente prohibidos, como otros que habían sido falseados, mutilados y en parte re-escritos para adaptarlos al dogma católico y justificar así su divina autenticidad como única iglesia “verdadera” (algo que ya habían hecho con muchos libros de historiadores antiguos, por cierto). En nuestros días debemos pues tener muchísimo cuidado cuando nos decidimos a estudiar a los Grandes Clásicos de la teoría astrológica helenística como lo son  Claudio Tolomeo (Syntagma -llamado luego Almagesto por los árabes- y el Thetrabiblos) y especialmente a Julius Firmicus Maternus (De Errore Profanarum Religionum -Del error de las Religiones Paganas- y la Mathesis -que en realidad se llamaba: Matheseos Libri VIII, Los Ocho Libros de la Mathesis-), pues existen muy diferentes versiones de cada uno de ellos en circulación y debe prestarse mucha atención a su procedencia si es que en verdad queremos sacar provecho de su lectura, pues ambos fueron la columna vertebral del Corpus Astrologicum en que las “Universidades” del Medioevo basaron su enseñanza. Hablaremos un poco sobre ellos, estos autores y sus obras, de cómo fueron a parar allí o del porqué fueron eliminados o mutilados algunos de esos textos; pero primero nos referiremos al contexto en donde ésto sucedió para comprender mejor el cómo es que la Iglesia Católica Romana está obligada a abrazar públicamente a la Astrología en sus orígenes; decimos “públicamente”, porque a nadie escapa hoy en día que es causa oculta de su mismo origen. La principal razón es que allá por el Siglo IV el ya decadente Imperio Romano adopta oficialmente la fe Cristiana con intención de lograr una estabilidad interna que se había desmadrado a causa de las dimensiones que había adquirido por medio de la conquista y de la megalomanía de sus gobernantes. Si bien tenía una clara unidad política con su centro en Roma en cuestiones de prácticas y creencias religiosas era un calidoscopio de lo más variopinto, lo que generaba una cada vez mayor ineficiencia económica para las arcas de un Estado elefantiásico que se volvía más y más oneroso de sostener en el tiempo. Había que apelar a la voluntad Divina en serio para lograr seguir estrujando al pueblo y continuar así con la fastuosa orgía por siempre jamás. Para lograr ésto no era suficiente con elegir alguna de las tradiciones milenarias existentes, pues ello recrudecería las viejas rivalidades que acarrearía enormes gastos militares para imponer el orden y el Imperio no podía ya afrontarlos sin perder más de lo que ganara con ello. Se decidió pues apelar a la más jóven (para su época), pues ello era mucho más fácil en vista de su creciente renombre entre los descontentos de siempre y, debido a su generalizado desconocimiento, mucho más simple de manipular y adaptar a los fines imperiales sin que nadie protestara por ello o pudiera discutirlo siquiera. Lamento ser yo quien los informe tan crudamente de ello, pues sé que muchos/as de ustedes profesan ésta religión y que todos, absolutamente todos, fuimos instruídos por ella y su monumental aparato educativo deliberadamente desinformante, pero la “invención” de la Iglesia Católica Romana obedeció a una necesidad política de un Imperio que se desmoronaba económicamente y la de sus líderes que se negaban a perder sus obsenos privilegios por sobre el pueblo del mundo de Occidente... y ciertamente su objetivo nunca fue el de lograr la paz y la armonía, sino solo la sumisa obediencia que garantizara el seguir recaudando y concentrando el poder fáctico del mundo en pocas manos.


Pero bién, en el Siglo IV con una Religión totalmente novedosa no se lo consigue todo, también había que incluírle algo que aceptaran todos y no solo los disconformes, debía tolerar algunas cosas que ya eran de práctica común. Dentro del Imperio Romano lo más comúnmente aceptado en cuestiones de creencias era pues... la Astrología. La Astrología Helenística, si debemos ser más precisos. Como tantas otras cosas, la astrología llegó a Roma debido a la influencia griega. Entre los griegos y los romanos, Babilonia o Caldea se identificaba tanto con la astrología que la "sabiduría caldeana" se convirtió en sinónimo de videncia a través de los planetas y las estrellas. Los astrólogos estuvieron muy en boga en la Roma Imperial. En efecto, al emperador Tiberio se le había predicho su destino al nacer y, por esta razón, se rodeó de astrólogos como por ejemplo Trasilo de Mendes, que era su favorito. En palabras de Juvenal, "hay personas que no pueden aparecer en público, cenar o bañarse, sin haber consultado primero una efemérides". Doy fe que hoy día hay muchas personas que padecen de lo mismo siguiendo con esta paranoica costumbre. El Emperador Claudius, por otra parte, favoreció en Roma todo tipo de augurios y, por supuesto, a los astrólogos. Así fue que en sus inicios la Nueva Iglesia toleró la Astrología a instancias del Emperador y de su círculo de poder para mantener las tradiciones romanas. La dicha duró poco en verdad, ya que un siglo y medio después, a instancias de Constantino, no solo se la prohibió, sino que a los astrólogos se les ordenó quemar sus libros, y fueron perseguidos y ejecutados incluso muchos matemáticos para evitar que los reescribieran y mejorasen. Una historia oscura la nuestra, en verdad. Pero en fin, estabamos en las Universidades del Medioevo creadas por esta misma Iglesia en donde la Astrología era la única “ciencia” aceptada como tal y debía enseñarse para ser considerado alguien “culto” y apto para ejercer el Gobierno de las Naciones Occidentales y Cristianas. Pero... ¿de dónde iba a sacar la Iglesia Astrólogos de renombre que no hubiese asesinado, torturado o desacreditado a lo largo de su propia história habiéndolo tachado de hereje, pagano, demoníaco o blasfemo?
Comencemos haciendo una breve síntesis sobre nuestro tan conocido Tolomeo, ya que todos hemos oído hablar de él en nuestros estudios escolares básicos aunque de modo muy vago y ciertamente muy inexacto. Se nos dijo que era un encumbrado y sabio personaje de la nobleza egipcia, y estudioso astrónomo de la antigüedad que llevaba la dirección de la famosísima Biblioteca de Alejandría con el propósito de impresionar nuestras virginales e ignorantes mentes de pre-púberes, pero esto no es más que otra de las mentiras que construyó la Iglesia Católica Romana para dotar de un prestigio que no tenían a esos personajes que debían validar su dogma. Klaudios Ptolemaios, tal su nombre real, nació en Tebaida, Egipto, allá lejos en el año 100 de nuestro calendario (inicio del Siglo II), y si bien provenía de la familia dinástica de los Ptolomeos (de hecho si Roma no hubiese invadido jamás egipto hubiese sido el Faraón Ptolomeo XVI si algún primo no lo asesinaba antes para hacerse con el poder, cosa muy común por aquel entonces), su familia estaba desde hacía generaciones muy venida a menos a causa de ser egipto una alejada y empobrecida provincia del Monumental Imperio Romano. Como hijo de una familia acomodada fue enviado a estudiar a Alejandría en lo que quedaba de la famosa Biblioteca, la que ya había sido saqueada e incendiada dos veces perdiendo algo así como el 95 % de su original contenido durante los dos siglos anteriores a su llegada. Al concluír sus estudios quedó trabajando allí como un funcionario segundón dando algunas clases y haciendo algunas investigaciones que justificaran su estancia ahí. Hoy diríamos que era un niño de familia rica venida a menos que estudió y trabajó como mediocre profesor en una Universidad de segundo orden a causa de la influencia de su familia, porque nadie sabía dónde ponerlo. Fue un aceptable matemático para su época aunque no muy lúcido, un astrónomo bastante malo, mejor óptico e intuitivo aunque pésimo geógrafo. Su mayor logro fue la invención del Teodolito y la idea de un sistema de coordenadas para la confección y lectura de mapas (aunque su metodología de calcularlas era horrorosamente inexacta). ¿Por qué entonces la sagaz Iglesia Católica Romana ensalzó tanto a este mequetrefe al que nadie hubiera mirado dos veces en su tiempo? Pues... porque sostenía tozudamente la idea de un Cósmos Geocéntrico. Según su teoría la Tierra era el Centro de todo lo que existía, estaba absolutamente inmóvil y todo el Universo giraba a su alrrededor, y ésto era muy pero que muy conveniente para el dogma judeo-cristiano. Debemos recordar que Aristarco de Samos unos 400 años antes de que naciece Tolomeo (en el 280 A.C, Siglo -III) ya había propuesto y demostrado que la Tierra giraba sobre sí misma y en torno al Sol, pero... 1) Sus libros se habían quemado durante el primer incendio de la Biblioteca y el Museión 200 años antes y Tolomeo ignoraba lo todo de él, aún siquiera su mera existencia; y 2) Aristarco era un maldito pagano y no debía dársele crédito según la Iglesia, que sí sabía de su existencia y de lo que hablaba (Recuerden que mandaron asesinar a Hypatía, primer mujer científica de la historia -astrónoma y matemática-, por atreverse a postular lo mismo allá por los inicios del Siglo V) La Teoría y “demostración” del Universo Geocéntrico es de lo que trata el Almagesto, texto universitario de Astronomía obligatorio en el Medioevo junto con un muy acotado Thetrabiblos (que es un texto posterior y que habla específicamente de astrología, principalmente Caldeo-Babilónica) el que habían respetado en un 45% apróximadamente porque el resto eran solo “vulgares paganismos”, aunque nadie supo jamás de eso en ese entonces salvo los traductores -Ptolomeo escribió solo en Griego, aunque las traducciones que se conocen de su obra provienen del sirio y el árabe pues sus manuscritos se perdieron incluso antes de su muerte en el tercer incendio que arrasó lo que quedaba de la biblioteca de Alejandría. Su primer traducción al Latín la realizó Gerardo de Cremona en el Siglo XII para más datos-. Menuda censura de un conocimiento ya bastante vapuleado, ¿no les parece? Pues, la cosa se pondrá aún más interesante todavía...


Había que buscar otro autor antiguo, Cristiano de ser posible, así que se remontaron a sus primeros orígenes para conseguirlo. El pobre tipo se llamaba Julius Maternus Firmicus, había sido un buen abogado, y había escrito De Errore Profanarum Religionum allá por el año 346 por encargo de la Iglesia Imperial; pero que convenientemente había sido, décadas antes de su conversión al Cristianismo tras lo cual se le había hecho el encargo que mencionamos, ¡un ferviente entusiasta de la Astrología! (aunque no había sido de ningún modo astrólogo ni mucho menos, ya que era un pésimo matemático). Allá por el 334 había compendiado para un amigo y patrón suyo llamado Lollianus Mavortius (un alto funcionario del gobierno imperial según nos informa Marcelino, el historiador Amiano -nacido en 330 y muerto en 395 dC- y cuyas promociones registra en una serie de inscripciones en sus textos), y con el solo fin de ganar sus favores, todo el conocimiento astrológico helenístico de su época en una especie de Manual Teórico-Práctico que llamó: Matheseos Libri VIII (Ocho libros de la Mathesis). Por aquella época en que lo escribió, Julius era un descreído de todas las religiones e incluso del cristianismo, así que debían hacerse algunos ajustes. Se la tituló simplemente como Mathesis y solo se respetaron los libros III, IV y VI, y el resto fue reescrito para ajustarlo a lo conveniente. Ambas obras eran el fundamento principal de la materia Astrología en las universidades medievales, con el apoyo logístico de Tolomeo en cuestiones que tenían que ver con su fundamento matemático. La obra original de los Ocho Libros de la Mathesis (escritos desde su origen en latín) no vieron la luz pública en su forma completa y real hasta 1898, año en que W. Krool y F. Skutsch la publican en Alemania como “curiosidad” por primera vez. Como vemos, nuestra tradición “académica” deja mucho que desear; y si a ésto le sumamos que toda la educación recibida en occidente tiene el mismo origen pues, yo diría que estamos hasta la coronilla de toda la basura que han metido en nuestras cabezas durante el último milenio para decirnos lo que debemos creer o no, sentir o no y ser o no ser, para que todo siga siendo como siempre fue: Injusto y profundamente desigual...


¿Cómo? ¿Qué? ¿Que qué es entonces lo que pienso yo de la gran proliferación de Universidades en nuestro país? Pues... que está muy bién, pero que tampoco es suficiente. Se, como cualquiera que pueda tener el coraje de aceptarlo, que con nuestro actual sistema económico mundial y nuestra sociedad cada vez más tecnologizada serán necesarios cada vez más trabajadores altamente especializados y que el mercado laboral exigirá que estemos a la altura para poder sobrevivir tanto nosotros como nuestras familias; también se que sin dudas la práctica del estudio, los nuevos conocimientos y la agitación intelectual que promoverán los cláustros, darán a luz a muchos que tendrán la mente lo suficientemente abierta para lograr torcer el rumbo que venimos siguiendo como modelo imperial social histórico, y que podrán llegar a tener la oportunidad de cambiarlo de una vez y para siempre solo si nosotros nos preocupamos de que así sea. Ya tenemos Universidades Públicas y Gratuitas, y espero que existan aún muchas más, pero lo que con urgencia necesitamos también ahora, es garantizar que esas mismas universidades sean intelectualmente independientes y totalmente libres sino, a lo sumo, solo llegaran a ser una más eficiente máquina de fabricación de esclavos
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