martes, 23 de diciembre de 2014

La vigencia del reino de lo simbólico. Por Enrique Eskenazi.










Enrique Esquenazi. Barcelona (España)
Publicado por el periódico La Vanguardia. 10/02/2002. El autor es especialista en simbolismo, astrólogo y ex profesor de Filosofía en la Universidad Nacional de Córdoba (Argentina).
La astrología, de la cual nacerá mucho más tarde la astronomía, es casi tan antigua como el alfabeto y ha sido patrimonio de sociedades tan arcaicas como los asirios y los babilonios. Se ha practicado en culturas tan distintas como la hindú, la china, la egipcia o las culturas precolombinas.
Esencialmente podría definirse, con todas las limitaciones en que incurren las definiciones, como el estudio de las relaciones entre las configuraciones celestiales y los acontecimientos terrenales, sean éstos personales, sociales o naturales. Es asombroso constatar que la humanidad podía determinar las posiciones astrales mucho antes de contar con instrumentos como el telescopio. Es decir, se han requerido generaciones y generaciones de observadores del cielo para poder diferenciar entre las constelaciones de las llamadas estrellas fijas y los planetas (los cuerpos que integran el sistema solar), así como para poder estimar los ciclos planetarios (el tiempo que tarda un planeta en dar la vuelta al Sol).
Es probable que la astrología se haya constituido a partir de la necesidad humana de orientación. Antes de la brújula, los navegantes se orientaban –y también lo hacen hoy– por las posiciones celestiales. Esta necesidad de orientación (palabra que proviene de oriente, es decir, por donde nace el Sol) no era sólo geográfica, sino y ante todo existencial. En medio del laberinto de incertidumbres que configuran la existencia terrenal, el cielo muestra un modelo de orden y de regularidad por ejemplo en los ciclos día-noche, las estaciones, las fases de la luna, y así sucesivamente. La palabra astro significa errante. Es casi natural que el ser humano haya percibido una similitud entre la situación de los “errantes” en el cielo y los errantes en la tierra. Ha habido filósofos que han caracterizado la situación existencial del hombre como errancia, por ejemplo, Kostas Axelos: estamos aquí en la tierra provisionalmente, y nuestro paso por la existencia es asimilable a un viaje.
El tema del viaje y del viajero es tan antiguo que se pierde en la memoria de los tiempos, y se expresa en todas las culturas: desde la metáfora bíblica del pueblo elegido en exilio y en busca de la tierra prometida hasta la “Odisea” homérica, desde el clásico “El mago de Oz” hasta la saga de “Star Treck”.
Los planetas –y en especial el Sol y la Luna– son viajeros que atraviesan diversas estaciones, significadas por los signos del zodiaco. El viaje anual del Sol a través de los doce signos del zodiaco es asimilable a tantos temas míticos como Hércules y sus doce trabajos, o a imágenes simbólicas como la de Cristo entre sus doce apóstoles. Este viaje del Sol por el zodiaco se refleja en las cuatro estaciones terrestres, y ha sido dramatizado como un tema de nacimiento, muerte y renacimiento. Estos ritmos cuaternarios se manifiestan de diversas maneras: las cuatro fases lunares, las cuatro edades de la vida (infancia, juventud, madurez y vejez), los cuatro puntos cardinales, los cuatro momentos fundamentales del día (alba, medio día, ocaso, medianoche), los cuatro temperamentos hipocráticos, etcétera.
En astrología este cuaternario se expresa mediante las imágenes de los cuatro elementos: fuego, tierra, aire y agua. La astronomía se constituye en una ciencia tanto por su método como por su objeto. Su objeto, grosso modo, es el estudio de la naturaleza física de los planetas y del universo. La astrología, en cambio, pertenece a la vigencia del reino de lo simbólico: el astrólogo estudia los planetas como símbolos de experiencias esencialmente humanas (o de maneras fundamentales de categorizar las experiencias). Así, para el astrónomo, Venus es un planeta relativamente cercano al Sol, con una determinada constitución material, mientras que para el astrólogo, Venus simboliza la fuerza de atracción que se expresa en el amor, en la aspiración a la armonía, en la apreciación de la belleza, en la búsqueda del acuerdo, y en lo que los griegos llamaron el ideal de kalo-kagathía: la unidad, la belleza, la bondad. Así, el planeta Venus, más que un objeto en sí, es para el astrólogo un símbolo que puede llegar a manifestarse en una inagotable diversidad: en el plano físico (como las venas del cuerpo), en el plano personal (el sentido de belleza, el establecimiento de sistemas de valores, la capacidad de amar), en el plano social (el matrimonio, las asociaciones), en el plano político (las relaciones diplomáticas, los acuerdos), etcétera.
Es este arraigo en la actitud simbólica lo que, a mi juicio, implica que la astrología no es, ni será, una disciplina científica, lo cual no tiene acento peyorativo: al fin y al cabo ni la filosofía, ni el arte, ni la religión, ni la búsqueda de la felicidad son actividades científicas, ni tienen por qué serlo. Es más, la astrología parte de una actitud ante la existencia esencialmente no científica, basada en el presupuesto de que en el cosmos hay una serie de afinidades o similitudes, de tal manera que todo resuena en todo. Sin duda, hay astrólogos que intentan establecer una justificación científica de la astrología, pero no veo cómo puede probarse que hay una correspondencia objetiva entre la Luna, los sueños, la imaginación, los sentimientos, la intuición, el agua, la familia, el aparato digestivo, la infancia, la madre, la maternidad, la matriz, la brujería, la feminidad... y tantas otras correspondencias que, sin embargo, parecen validadas por la mitología, la poesía o la actividad onírica.
En mi opinión, la astrología pertenece al ámbito de lo imaginario –o para decirlo aún con más precisión, de lo “imaginal”–. La astrología es ante todo un lenguaje surgido de la imaginación, que no es en absoluto arbitrario. La imaginación tiene sus propias leyes, y son estas leyes las que se expresan en la investigación astrológica. Así, hay una técnica astrológica sumamente difundida, que se conoce como progresiones secundarias. Esta técnica consiste en averiguarlas posiciones planetarias a partir de los veinte días del nacimiento de una persona, estableciéndose una afinidad con los procesos y acontecimientos que le afectarán en los veinte años de su vida. Es decir, las posiciones celestiales que se hayan formado a los 20 días de mi nacimiento estarán en correspondencia con mis experiencias (tanto íntimas como externas) a los 20 años de edad. Esta analogía, un día de vida-un año de vida, es totalmente simbólica y no puede justificarse por ninguna influencia causal. Dicho de otro modo: es imposible que las posiciones planetarias que había en el cielo el vigésimo día de mi nacimiento“causen” o provoquen las situaciones que aparecen en mi vida a mis veinte años.
O, dicho aún de otro modo, el enfoque causal es inoperante en la astrología. ¿Implica esto que la astrología carezca de validez? En absoluto, si por validez se entiende la capacidad de orientación y reconocimiento. Así, el tema natal (es decir, el mapa de las posiciones de los planetas del sistema solar en el momento y lugar del nacimiento) se constituye en un símbolo que preside, orienta y configura el propio desarrollo y, si se quiere, el propio “destino”. Pero la cuestión del destino elude también la problemática científica y nos remite a una preocupación existencial. ¿Hay algo así como el destino y, de haberlo, es equivalente a la fatalidad? Cuanto más se sumerge uno en el estudio de la astrología, más y más respuestas iluminadoras aparecen a estas cuestiones. En mi experiencia, la astrología no hace sino confirmar lo que ya Heráclito expresó cuando afirmó: “El carácter es, para el hombre, su destino”. Esto es una traducción aproximada, ya que la expresión empleada por Heráclito por carácter es “ethos”, y destino es una traducción aproximada de la expresión“daimon”. Así, “Ethos antrophos daimon” puede entenderse como“la manera de instalarse en la existencia rige el despliegue de la propia vida”. En mi experiencia, la astrología no hace sino confirmar una y otra vez este adagio.




 

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